martes, 27 de agosto de 2013

Selvas de Jalisco, los ocasos de un mundo



                                                                  

                                                                                         HISTORIA ECOLÓGICA DE LA SELVA DE JALISCO / 1
400 mil hectáreas deforestadas entre 1982 y 2007 según análisis de expertos del Intituto de Información Territorial. Las estadísticas recientes son más preocupantes: revelan pérdidas anuales de más de 20,200 ha en este ecosistema megadiverso. En las fotos, una construcción típica en Santa Cruz del Tuito, y don José Serna, quien llegó al litoral en 1945

Agustín del Castillo / Costa de Jalisco. MILENIO JALISCO

En 1911, la breve revolución maderista ha incendiado a todo México con sus vientos de cambio, y ha llevado al apóstol coahuilense a la silla dejada por el viejo dictador oaxaqueño; pero en las montañas del sur de Jalisco, un neonato de ojos azules y piel de nácar no deja de llorar en el regazo de su piadosa madre Ignacia Pulido, en la aldea de El Durazno de la sierra del Halo, donde los vapores marinos que se remontan desde Tecomán crean estampas fantasmales en los amaneceres.

Ese año, en junio, un temblor sacude a los moradores de Zapotlán el Grande, y al año siguiente, una espectacular erupción del volcán de Fuego hizo “la noche en pleno día y todos creyeron en el Juicio Final” (Confabulario, Juan José Arreola). El niñito de ojos zarcos se llama José Serna Pulido, y pese a sus orígenes telúricos, hoy sigue entre los vivos, con 102 años a cuestas, pero en un mundo distinto: pasa la vejez en su modesta vivienda de La Cruz de Loreto, Tomatlán, entre la selva y el mar.

Confiesa que no pensaba vivir tanto. Tampoco pensó que ese bosque tropical que conoció a los 34 años y que ha recorrido por más de 70, esté por acabarse.

“Yo sacaba mis cuentas y decía, a lo más que voy a llegar será a los 80 años, de los 200 que faltan para que se acabe el mundo”, repone irónico, aunque la memoria, el oído y la vista ya están “un poco idos”.

De las cuentas del anciano sale el Apocalípsis para el año 2111. Pero las tendencias de deforestación de la región revelan que ese “monte”, lóbrego y seco por siete meses; verde y fastuoso los otros cinco, según sean secas o lluvias, terminará mucho antes. Si se promedia a los últimos 25 años con registros (1982-2007), en cada anualidad se deforestan 16,211 hectáreas de selva en todo Jalisco (http://iitej.blogspot.mx/2013/07/en-jalisco-se-pierden-poco-mas-de-16000...). Si se usan los últimos cinco del registro, la deforestación crece a 20,215 ha, lo que revela una intensificación en el ritmo de pérdida.

“Los cambios de uso del suelo y deforestación en 25 años has significado una pérdida de alrededor de 6 por ciento de la cubierta de bosques y selvas. La vegetación de selva en el estado de Jalisco registra una pérdida cercana a las 400 mil hectáreas, lo que significa la desaparición del 19 por ciento del total de este tipo de vegetación en los 25 años de análisis”, señala un trabajo elaborado por el Instituto de Información Territorial del estado, fechado en julio pasado.

El aspecto más perturbador de esa información es que en los últimos cinco años del levantamiento estadístico se perdieron 101 mil ha de selvas secas, lo que revela una dinámica en ascenso que rebasa 20 mil ha por año (Fuente: Gerencia de Inventario Forestal y Geomática de la Comisión Nacional Forestal, 2011).

En específico, el bosque tropical caducifolio del litoral –entre Cabo Corrientes al norte, el río Marabasco al sur, poco más de 634 mil ha analizadas- perdió entre 1976 y 2007 un tercio de la extensión que tenía justo al comienzo del proceso más intenso de colonización, con ejidos productivos que abrían la floresta y creaban valles agrícolas, carreteras asfaltadas para surcar la región y comunicar Manzanillo con Puerto Vallarta, grandes obras de infraestructura como la presa Cajón de Peña, que 37 años después se mantiene como la mayor de Jalisco.

“Las actividades ganaderas y agrícolas son los dos principales generadores de cambio de uso del suelo, ya que sumados representan casi 33 por ciento de la deforestación en el área de estudio, y contrario a lo que se pudiera pensar, dado el efecto mediático que se les brinda, los desarrollos turísticos de la costa son culpables del 0.04 por ciento de la deforestación total”, apunta el jefe del Departamento de Estudios para el Desarrollo Sustentable de Zonas Costeras de la Universidad de Guadalajara, Francisco de Asís Silva Bátiz.

De este modo, en ese periodo alrededor de 210 mil ha de selva costera se perdieron, poco más de la mitad de la deforestación que el registro total establece. Los años anteriores, hasta llegar al nacimiento de don José, los bosques fueron “descremados” de especies valiosas, pero la frontera forestal no retrocedió.

LOS SEÑORES DE LA COSTA
En 1911, las vastas haciendas son el esquema de explotación de los recursos naturales en las amplias soledades de la costa de Jalisco.


Previo a la gran guerra mundial 1914-1919, el mundo está globalizado y los capitales circulan con pocas restricciones, con la permisividad gubernamentales de más de dos décadas en que se ha buscado desarrollar las regiones con la palanca del capital privado. Con concesiones y garantías que datan del régimen porfirista –y que apenas serán tocados hasta la emergencia del bandolerismo de Pedro Zamora, un decenio después-, el litoral aloja madereras, mineras, huertas frutícolas, caña de azúcar y cultivos tradicionales, además de hatos ganaderos numerosos pero focalizados entre el mar selvático.

Normalmente, el inversionista del exterior tiene un socio local que posee la propiedad y el conocimiento del territorio. Melaque, Chamela o Tehuamixtle son los embarcaderos: la madera de caoba, primavera, rosa morada, palo de Brasil y sus derivados se llevan a San Diego, California, y de ahí, a Europa o China, refiere Gonzalo Curiel Alcaraz, ingeniero forestal de El Tuito.

“Estaba la familia Gérard, de San Rafael, de origen francés, hasta tenían aviones. Eso fue a principios de siglo, en el 1900, […] desembarcaban en Puerto Viejo, y ahí había patios como almacenes, ahí bajaban lo que se producía en Tlalpuyeque, por el rumbo de Llano Grande, donde había una fabrica extractora de tinta de palo de Brasil; ahí están aún los restos de la maquinaria. Hubo el boom del palo de tinte en el sureste, entre 1850 y 1890, entonces hubo una sobreexplotacion y entonces buscaron otras opciones, y lo que siguió después fue el palo de brasil”.

- De seguro no lo acabaron en esta región…

- Sí le dieron en la torre a casi todo el palo de Brasil […] lo hacían trocitos, lo maceraban, lo cocían en una caldera alta con su molino y su sistema de tracción, y aprovechaban el agua caliente que salía en Tlalpuyeque; lo deshidrataban y le sacaban la tinta, y de ahí se la llevaban a Ipala, y la embarcaban. - ¿Y la tinta para dónde se iba?

- Los viejos decían que la mandaban a China vía San Diego.

Ingleses, alemanes, franceses y estadunidenses reparten sus intereses entre la costa y la montaña, mientras algunos feroces capataces llevan la justicia del finquero. Estas viejas haciendas, ya muy mermadas y despobladas, empezaron a ser afectadas de forma tardía por el proceso de la reforma agraria, después de los años cincuenta. Los ejidos comenzaron a emerger, mientras las comunidades indígenas eran reconocidas y tituladas sin demasiados problemas –en la Costa Norte sólo se conoce la lucha de la comunidad de Tomatlán-, pero no sucedió lo mismo en la Costa Sur, donde los intereses madereros ocasionaron fuertes disputas territoriales con las comunidades nahuas que hoy forman parte de la reserva protegida de Manantlán.



Don José Serna Pulido desembarcará en la costa en el año 1945, cuando el cambio económico está en proceso. La prosperidad decimonónica quedó en el pasado tras la violencia de más de 20 años, que ahuyentó inversionistas, pero la madera sigue rigiendo este mundo al que se trata de colonizar de nuevo.

Tras trabajar como jornalero y velador en Uruapan y en Lombardía porque le gusta el dinero y su padre Cecilio Serna, que tiene otros catorce hijos, no se lo da; y de pelear constantemente con su madre “fanática” que le quita las mujeres y los hijos porque no se liga en sagrado matrimonio, el hombre de 34 años huye a Manzanillo.

“Quería conocer el mar, y como ya andaba con la soga suelta, pues me fui a Manzanillo y me puse a trabajar, con pico y pala, haciendo drenajes; trabajé tres días, un domingo llegué, el martes me puse a trabajar; el viernes me dicen unas cocineras, recoge tus cosas porque nosotras nos vamos Güero, una compañía maderera va a poner un aserradero en el Puerto Las Peñas […] qué caray, me dije, Puerto Las Peñas cómo estará; me levanté y fui a ver al patrón del barco, Armando Camacho, y lo convencí […] a las doce de la noche me subí al barco…”. La vida de don José cambió para siempre.


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