El historiador Fernando M. González señala que la orden debe asumir que indujo a la "intransigencia", pese a que el mismo Orozco y Jiménez consideró "muy peligroso" suspender cultos (I de II partes).
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO.
La guerra cristera fue una tragedia que ensombreció a México, en particular a su región occidental, pero era evitable, advierte el historiador Fernando M. González.
Con formación como psicoanalista y sociólogo, la labor de este ex alumno de los jesuitas tapatíos ha resultado incómoda y escabrosa para la jerarquía de la institución "totalizadora" por excelencia que es la Iglesia Católica mexicana, pero incluso para sus formadores, la Compañía de Jesús, que suele gozar de "buena prensa" entre los sectores progresistas. El historiador encuentra "sorprendentemente deshonesta" la forma en que los círculos de esa poderosa orden han asumido la responsabilidad que tienen frente a hechos como la violencia de los años veinte y treinta, las organizaciones secretas de extrema derecha en Jalisco y todo México, y ya en los sesenta y setenta, los movimientos armados radicales de México y Centroamérica.
Y aunque viene de colegios jesuitas, cultiva la historia como lo planteaba el historiador francés Marc Bloch; "el historiador francés decía, no me hables de robespierristas y antirrobespierristas, nomás que nos digan qué pasó. Porque si no, inmediatamente te ponen jesuita o anti jesuita, o anti episcopado, y no, simplemente qué pasó; tienen que asumir las consecuencias de lo que pasó, con honestidad: tendrían que decir, esto es lo que pasó, y fue por esto y esto...".
La rebelión cristera fue posible porque la postura de Roma, de la curia, era ambigua; pero además, porque jesuitas notables se encargaron de promover la postura de la "intransigencia" entre los obispos, sin reparar en la advertencia que el mismísimo arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez –el enemigo número uno del régimen callista-, les hizo: "suspender cultos va a ser peligrosísimo, porque va a levantar al pueblo, le vamos a quitar una situación simbólica muy fuerte, su alimento espiritual". Finalmente, miembros de la Compañía de Jesús hicieron lo posible porque la postura de obispos moderados no fuera conocida por el papa Pío XI. A partir del 1 de agosto de 1926, la suerte estaba echada. Esta es parte de la conversación de Fernando M. González con MILENIO JALISCO.
Religión y política
- A 90 años, ¿qué sabemos, era inevitable una guerra como la cristera?
- No, no era necesariamente inevitable; acaba de salir un texto de Jean Meyer, donde retoma lo que yo había dicho en los tres tomos de La Cristiada, pero hay datos nuevos e interesantes, y por otro lado, se va a presentar una tesis sobre los archivos secretos vaticanos durante los tres años de la guerra; con base en eso podemos documentar que se hizo todo un movimiento por parte de un grupo de jesuitas, tal como señala Jean Meyer, en donde los que llevaron la batuta fueron el padre Rafael Martínez del Campo y el padre Alfredo Méndez Medina, cuando el episcopado mexicano decide que hay que hacer una encuesta a nivel nacional para ver cuál era la posición de los obispos frente a la Ley Calles, que se iba a implementar en la noche del 31 de julio de 1926 [...] el episcopado lo tomó como un ataque directo a su institución, pero no todas las posiciones eran iguales: la parte intransigente de los obispos, la cual abanderaba el arzobispo de México, Mora y del Río, y en su momento Pascual Díaz, secretario del episcopado, jesuita, obispo de Tabasco, y otros obispos como monseñor González y Valencia de Durango, Leopoldo Lara y Torres de Tacámbaro, andaban en la línea de que no se puede aceptar la Ley Calles, por lo tanto, hay que irnos a la máxima intransigencia porque va contra nuestra conciencia. Ruiz y Flores, de Morelia, representa la otra línea.
Los obispos mandan a los dos padres jesuitas "e hicieron un cuestionario muy tendencioso, porque de alguna manera dejaba concluir el cuestionario que no quedaba otra que la intransingencia, y Ruiz y Flores manda una carta a Roma, y los acusa de tendenciosos, que así no es la cosa, y no todos están de acuerdo; la línea del arzobispo de México mandó una carta a Roma, que llegó antes que la de Ruiz y Flores, e informa que ya son 18 son los que están por la intransigencia, y creemos que los demás van sobre esto, y no era cierto, y luego estos jesuitas le escriben a su general, el padre Wlodimir Ledóchowski, y a un alto miembro del clero, de la curia romana, donde hablan ya que no queda otra que la intransigencia, y la verdad es que quedaban más vías, no había necesariamente que pasar a las armas [...] lo que más preocupaba al arzobispo de Guadalajara, quien era de una posición intransigente, sobre la suspensión del culto público, es que, dijo, esto va a ser peligrosísimo, porque va a levantar al pueblo, le vamos a quitar una situación simbólica muy fuerte...".
- Algo que hoy en esta sociedad secularizada cuesta trabajo entender, pero en esa época la religión pública era algo mucho más importante...
- Imagínate; el hecho es que lo convencen, y no todos los obispos en esa época habían dicho que sí, pero la carta que llegó a Roma fue de que la mayoría estaban por el sí [...] la suspensión del culto público fue una trampa, porque no todos estaba por eso; el hecho es que Orozco y Jiménez tenía razón, porque al otro día dela suspensión, el 1 de agosto, en el Santuario de Guadalupe en Guadalajara, comenzó la violencia [...] asesinatos; en ese momento, la gente dejo de ser pasiva, entro a la acción y se empiezan a dar los primero brotes; si este grupo de jesuitas y de obispos hubiera sido más prudente, hubiera dicho, no aceptamos la ley hasta nuevo aviso...
- No hubo jesuitas en la insurrección, directamente.
- Ningún jesuita siguió este camino; sin embargo, puede decirse, que por las instituciones por ella fundadas, parte de la responsabilidad de la oposición armada cayó sobre sus hombros, pero no solo porque era gente de sus instituciones, sino porque ellos mismos fueron activísimos en el comité episcopal, fueron activisimos en mandar cartas a Roma, para dar a entender al Papa que no quedaba otra más que la suspensión del culto. Después hay una reunión, el 26 de noviembre de 1926, que está en el archivo de la Liga Nacional de Defensa dela Libertad Religiosa; los dos jesuitas estuvieron presentes, y trece obispos [...] la Liga les dice: ¿ustedes no estarían en contra de que nos lancemos a la lucha armada? Es su asunto, les responden; ¿ustedes estarían dispuestos a conseguir dinero con los ricos para armarnos para la lucha armada?; allí contestan que no, y respecto a la petición de obispos castrenses responden: lo vamos a pensar. Es la carta que yo cito en mi texto, donde René Capistrán Garza le reclama a Pascual Díaz, y él le dice, increíblemente: "ustedes como católicos tienen derecho[a levantarse en armas contra la inusticia]", como si ellos no fueran los obispos de los católicos...
- O sea, todo un malabarismo para no comprometerse, pero tampoco impedirlo.
- Hay un malabarismo desde la reforma gregoriana, donde se crea esta división entre clérigos, quienes dan los sacramentos, y los laicos; entonces todo el arte de los jesuitas es dejar en los laicos el trabajo sucio: "ustedes láncense, ustedes pongan los muertos, nosotros estamos como el padre Pro, algo que puse aquí, yo soy un sacerdote para todos, pero que bien mis hermanos toman armas y parque y se los están mandando para que maten; pero si llega la esposa de un militar yo le tengo que dar sacramentos, o sea, es un juego siniestro, porque los laicos hacen el trabajo sucio, y una vez que hacen el trabajo sucio, los jesuitas se deslindan, y hasta están orgullosos; hasta hay cartas del padre provincial de los jesuitas, el padre Vega, del 9 de agosto de 1926, ya con la suspensión del culto público iniciada, el 11 de julio le escribe al general de los jesuitas: "para gloria de Dios creo podemos decir que la situación actual de firmeza en que se encuentra la iglesia mexicana, y que ya esa aprobada por la Santa Sede, se debe a la Compañía de Jesús", eso es en julio, y en agosto dice: "gracias a nosotros se suspendió el culto, en buena medida, gracias a los padres Méndez Medina y Martínez, que hicieron el recorrido con los obispos, para convencerlos"; o sea, el está completamente convencido, pero después, cuando Pascual Díaz dice, aguas con ustedes los jesuitas, porque ya hay obispos que hablan pestes de ustedes [...]Díaz va a querer junto con Leopoldo Ruiz negociar con el presidente Calles, y Calles les dice no, y todavía hacen el memorándum con dos millones de firmas para la Cámara de Diputados, se las rebotan, y ahí es ya el acelere hacia el 26 de noviembre, hacia esta junta de la liga, donde dicen, nos lanzamos a la lucha armada.
De este modo, concluye, "la Cristiada se explica por la intransigencia del gobierno callista, que los acelera, pero muchos que dijeron no a la violencia y nunca se lanzaron, apoyaron por abajo del agua, para que hubiera juntas en su casa, como Efraín González Luna, quien tenía en su despacho a Anacleto González Flores, había pertenecido a la acción católica como Jesús González Gallo, que después fue gobernador priista, y como Agustín Yáñez, que también lo fue [...] la historia nos demuestra que siempre hay otras posibilidades, no un callejón sin salida, pero este grupo en la Cristiada se radicaliza rápidamente, gracias a los obispos y a este grupo de jesuitas".
- ¿Por qué salió adelante la lucha armada de los veinte, y la segunda Cristada no?
- Porque Roma ya había dejado atrás cualquier tipo de ambigüedad y consideró que la lucha armada no era el camino [...] cuatro meses antes de los arreglos de 1929, en febrero, hizo el concordato con Musolinni, y con el dictador fascista Roma aceptó lo que en principio el episcopado mexicano no había aceptado en 1926; entonces ya la diplomacia vaticana dirigida porque el que iba ser Pío XII, Eugenio Paccelli, va a cambiar las relaciones con estados, como ocurre en 1933 con Hitler
Así, "la geopolítica vaticana iba ya por otros parámetros, y acá en México, las ligas laicas nunca tuvieron acceso a ese juego del Vaticano; entonces creyeron que los obispos Pascual Díaz, jesuita, y Leopoldo Ruiz y Flores, habían traicionado al Papa, cuando era toda una política vaticana la que se estaba jugando a nivel general, y México era ya un ruido indeseable hacia 1929".
Jacobinos y católicos
Fernando M. González narra una anécdota ilustrativa de la ambiguedad de la época: "El general Cruz, el que fusila nada menos que al padre Pro y a su hermano, y a Luis Segura Vilchis, que era un terrorista que ponía bombas, en su casa, era jefe de la policía del DF, se hacía misa los domingos a las 8 de la mañana; y cuando Julio Scherer lo entrevista, muchos años después, le dice: oiga general, ¿cómo es posible que en su casa se hiciera misa a las 8 de la mañana, y que usted ande fusilando al padre Pro?. Y le responde: mire don Julio, a mí no me discuta; en la casa de Calles se hacía misa, ¿por qué? Porque en mi casa, Luz Archondo, que era mi mujer, mandaba de la puerta para adentro, y yo mandaba de la puerta para afuera; ella tenía todo el derecho a tener su misa,y yo bajaba a las nueve de la mañana con el cura a tomar el chocolatito, y ya como a la once los corría, así era...".
SRN