lunes 29 de marzo de 2010

Citlaltépetl: nieves que ya no son eternas










México perderá todos sus glaciares por el calentamiento terrestre . La mayor montaña del país ha visto retroceder 73% de sus glaciares desde 1958 y podría perderlos en 2040; ya escasea el agua para los vecinos, y se intenta salvar la frontera de bosques depredados.

Ciudad Serdán, Puebla. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO, edición del 28 de marzo de 2010. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS

Febrero 27 de 2010. Este invierno han caído las nevadas más copiosas que se recuerden en medio siglo. El Citlaltépetl tiene un manto que ha cubierto en días pasados los bosques de Pinus hartweggi y oyamel, y sus empinadas barrancas visten una tupida alfombra blanca tentadora para los montañistas, que esta mañana ascienden por la cara norte rumbo al declinante glaciar de Jamapa, el mayor de México.

Desde el albergue de Piedra Grande, la cumbre parece cercana. La recomendación para los novatos: “Aunque se vea fascinante, no busquen subir hasta allá”. De hecho, apenas un par de semanas atrás, el gigante cobró las últimas dos vidas a escasos metros de esta edificación, donde comienza el camino hacia la cúspide: una barranca de temibles dimensiones por la que resbalaron, pues la subestimaron. “Inexpertos, se pusieron a jugar al borde del precipicio…”.

Es que cada montaña es diferente, y la experiencia no debe hacer perder prudencia, explican precavidos Martín Moreno e Hilario Aguilar, dos viejos amigos del volcán llamado por los españoles Pico de Orizaba, que, con 5,670 metros sobre el nivel del mar, es la cúspide del país.

La nieve multiplica los resplandores del sol y convoca a un puñado de audaces trepadores provenientes de Europa, de Monterrey, de Guadalajara, de la ciudad de México y de la región, como sucede al menos desde 1847, cuando soldados de la campaña estadunidense conquistaron esta cumbre e impusieron la moderna sed de desafíos y marcas.

El trayecto, siempre hacia arriba, pone a prueba la frecuencia cardiaca y la respiración, hasta que llegan los mareos. Los derrotados se van quedando en el camino, apostados sobre piedras mientras contemplan con vértigo las descomunales paredes de roca, el vuelo ruidoso de los aviones, el ir y venir del viento, el cielo límpido de las alturas, y hacia abajo, un denso banco de nubes que se tiende sobre los valles, con algunas salientes de cumbres nevadas como La Malinche, El Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, enseñoreadas sobre la meseta de Anáhuac.

Los ladridos de los perros remontan desde las aldeas mientras, en las peñas, cuervos graznan, luciendo su notable adaptación para habitar estas soledades hostiles. ¿Saben los atribulados testigos que quizás tengan el privilegio de atisbar uno de los últimos espectáculos de las nieves victoriosas y eternas sobre las altas montañas mexicanas, acosadas por el calentamiento del clima?

Un grupo de regiomontanos subirá hasta el pie de Jamapa y acampará esta noche, pero transporta el equipo adecuado para resistir las temperaturas más gélidas que ahora se viven en el país, 25 grados bajo cero. El pequeño destacamento de tres tapatíos, dos veracruzanos y un poblano sólo pretende llegar a Jamapa para apreciar el histórico retroceso del hielo y, así, recorre el páramo nevado entre murallas colosales, probando in situ el famoso aforismo de Pascal: “Caminamos al borde de un abismo…”. No es que no lo sepan, pero es mejor no hacer mucho caso.

De ese grupo, Martín, Hilario, Pancho y Marco llegan poco después de las 14:00 horas hasta donde comienza la masa de hielo que tiene decenios derritiéndose. En 1850, al final de la pequeña edad del hielo, la lengua del glaciar comenzaba a 4,400 metros sobre el nivel del mar; en 1958 fue registrada cerca de 300 metros más arriba, y hoy está casi a 5,200 msnm, a menos de 500 de la cumbre.

Pero la copiosa nevada de este extraño invierno ha sido engañosa. Parece regresar al paisaje que admiraron los soldados de Cortés en 1519, cuando este cráter aún humeaba y el continente indígena, con su escasa tecnología y sus nociones de la naturaleza sagrada, no había devastado sus bosques.

Documentando el pesimismo
No obstante, los científicos y los montañistas saben la verdad. Hilario Aguilar Aguilar, morador de Ciudad Serdán y habitual cabeza de expediciones a la cima, ha reunido fotografías que reflejan los cambios desde el temprano 1967, cuando empezó su carrera de montañista con escasos trece años de edad.

El maestro en ciencias de la tierra por la UNAM, Jorge Cortés Ramos, asesorado por el famoso glacialólogo mexicano Hugo Delgado Granados, elaboró su tesis de posgrado sobre este tema: “Evolución espacio-temporal de la superficie del glaciar norte del volcán Citlaltépetl utilizando sensores remotos”; fue publicada apenas hace seis meses.

Allí, los datos que se ofrecen no permiten dudas: tan sólo entre 2001 y 2007, el glaciar retrocedió en 33 por ciento, pero, si se toman registros desde 1958, la desaparición ha sido de 72 por ciento. “El límite inferior del glaciar se está moviendo hacia altitudes cada vez más elevadas, con una tendencia de 59 msnm por año”, advierte.

El investigador concluye que “las partes más vulnerables al retroceso glaciar son la zona occidental y las zonas bajas en la parte norte glaciar, correspondiendo a las zonas donde se han perdido las lenguas glaciares de Jamapa y El Chichimeco al norte, y el glaciar occidental al oeste”.

Huelga decir que este manto de hielo es el que resta de una gran mole que el investigador José Luis Lorenzo, pionero mexicano en este tema, midió en 1958. Es la que funcionaba como faro para las embarcaciones del golfo de México, y que todavía se llega a apreciar, como lucero del atardecer, en lugares tan lejanos como Tampico, asegura Martín Moreno.

El Citlaltépetl y sus gigantes vecinos de Anáhuac tuvieron glaciares en auge en la llamada pequeña edad del hielo, que va de los años 1400 a 1850, subraya el trabajo de Jorge Cortés. Luego comenzó el retroceso. “Casi 400 metros [menos] en el periodo comprendido entre el máximo de la pequeña edad del hielo y 1994. En el periodo de 2001-2007, este retroceso fue del mismo orden de magnitud. Retrocesos cuyo orden de magnitud es similar, pero en periodos de tiempo de seis y 150 años, evidencian el impacto de factores climáticos de corta duración o que se han intensificado…”.

Pueblos con sed, cielos blancos
Los cambios de clima, además de un severo problema de deforestación local, han provocado el progresivo agotamiento de manantiales en las aldeas poblanas al norte y poniente del coloso. Francisco López Vázquez, presidente ejidal de San Miguel Zoapan, municipio de Tlachichulca, Puebla, lo reconoce.

“Para nosotros ha sido muy importante volver a cuidar el bosque, porque antes estaba muy dañado. Como teníamos todo a la mano, a la gente no le importaba: iba a sacar madera, mucha gente se dedicaba a talar; metíamos el ganado, criamos muchos borregos, se metía también mucho cultivo de papa tumbando árboles, pero no notábamos nada malo, hasta que el agua empezó a escasear…”.

¿Alguien recuerda a don Pedro Cano, quien, ante la falta de refrigeradores en el poblado, subía al glaciar y cargaba en burro gruesos bloques para hacer nieves el Día de las Madres? Otro empresario del hielo era, en el lado veracruzano, Cristóforo Jiménez, recuerda don Hilario: “Habrán pasado ya cien años de que empezó a bajar bloques para sus nieves”, dice, remitiendo a la memoria de sus ancestros.

La falta de agua ha ocasionado pérdida de productividad y migración. Muchos moradores de la ladera poblana están ahora en Nueva York, Chicago y Los Ángeles.

A la bajada del glaciar, el bosque de pinos y abetos ofrece a los viajeros tétrica música: el aislado chillido de motosierras entre ecos de la floresta. Aunque se trata de parque nacional, la vigilancia es escasa por la falta de personal en la dirección del parque. Algo bueno pasa en Puebla, sin embargo. Héctor Rojas, subdirector del parque, señala que la crisis de agua los ha hecho más cuidadosos y cooperativos con la protección, en contraste con el caos de la vertiente veracruzana, asolada por los talamontes.

Esta noche, al descenso desde Jamapa, la luna llena brilló redonda y amarilla, colgada del cielo sobre la mole del Citlaltépetl, el Cerro de la Estrella de los antiguos mexicas, o Señor de las Nubes (Poyahutécatl) de los totonacas, mientras el manto blanco también cobijaba al otro volcán, extinto y magnífico: la Sierra Negra, de 4,200 msnm, iluminando la oscuridad, hendiendo el silencio.

Desde el aire, un atardecer ya en plena estación primaveral, la visión se amplía: el avión proveniente de Mérida avanza sobre el bloque de nubes tamizadas con el rojizo resplandor del ocaso; los tupidos vapores se abren cuando el aparato penetra en el continente, rebasado el golfo de México, y permiten asomar la colosal montaña, coronada por una tea cósmica: la masa de hielo y rocas cuyo ardiente brillo de oro rinde homenaje al sol que huye.

Pero sus nieves no podrán ser ya eternas. Algunos científicos fechan en 2040 el final de sus glaciares. Sigue el vuelo y asoman los otros gigantes, desperdigados entre los linderos de Anáhuac, meseta de luces artificiales, pavimento y smog. El Cofre de Perote, La Malinche, El Iztaccíhuatl y el humeante Popocatépetl entregan un último pasaje a la blancura de los cielos cuyos dioses agonizan.

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CLAVES

El final del blanco

La pérdida de glaciares en las altas montañas mexicanas es un proceso histórico de muchos miles de años, hoy acentuado por la emisión de gases de efecto invernadero, que acelera el calentamiento natural del planeta, que se debe a que ahora pasa un periodo interglaciar; es decir, una pausa en el enfriamiento de esta era.

Grandes montañas como el Nevado de Toluca, el Nevado de Colima, el Tancítaro, La Malinche, la Sierra Negra y el Cofre de Perote tuvieron glaciares, pero no hay registros en época histórica, lo que sí sucede con las tres mayores del país: Iztaccíhuatl, Popocatépetl y Pico de Orizaba o Citlaltépetl.

El Popocatépetl, debido a su actividad volcánica, a la cercanía de la ciudad de México y al propio cambio climático, perdió sus glaciares en esta primera década del siglo XXI. El Izta podría hacerlo en diez años y el Citlaltépetl, en 30.

En esta última, su glaciar norte —el que subsiste— se extendía sobre 2.3 km2 en 1958; ahora abarca apenas poco más de 0.62 km2
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Lobos, los motivos de los montañeses

Los biólogos, los montañistas y los lugareños aseguran que la mayor montaña del país, hoy solitaria de formas de vida animal, tuvo en un pasado reciente lobos mexicanos, venados cola blanca (subespecie toltecus) y pumas.

Incluso, se advierte que los españoles encontraron a su arribo, en el siglo XVI, ejemplares de oso negro o pardo, tal vez por los corredores que provienen de la Sierra Madre Oriental, donde aún sobrevive, en peligro de extinción, el Ursus americanus.

Lo cierto es que, durante 67 años en que contó con decreto de parque nacional pero sin alguna forma de manejo o gobierno, sus bosques fueron asolados por taladores y cazadores, dejando una floresta reducida y una fauna empobrecida. Hoy es difícil ver algo más que conejos o reptiles, señala David Alvarado Sánchez, ex montañista y técnico operativo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) en el parque nacional.

“Todo eso se fue acabando producto de la falta de vigilancia, y obviamente la explosión demográfica también afecta; la gente tiene necesidad de alimentarse y además le sale mas barato cortar un árbol, hacer madera y venderla, no le cuesta ningún esfuerzo, y no es tuya esa madera, pero de todos modos la vendes”, añade.

“A mí me tocó todavía ver coyotes. Esta parte se cree que fue un reservorio del lobo mexicano; creemos que hubo una hibridación entre el coyote y el lobo mexicano, creo que aún hay especímenes híbridos de estos animales”.

—¿Hay diferencias de comportamiento y talla que los llevan a pensar que algunos no son coyote?

—Así es: el lobo es gregario y tiende a matar en grupo, y vimos esa expresión en algunos coyotes; yo me he topado con esos animales y sí sientes ese golpe de la bestia al verlo. La gente aquí les tiene miedo: dicen que, si tú les levantas la escopeta, te atacan, pero es por la gente que ya le tiene un miedo ancestral al animal, y sí te impone. Es como cuando ves un jaguar en Chiapas: sientes el trancazo…

—¿De talla grande para ser coyotes?

—Sí, me ha tocado andar en la montaña y por ahí ves uno y te das la vuelta y como que se acerca, y al rato ya son tres, lo cual es algo inusual en el coyote, que recibieron de su herencia de lobos […].

Don Francisco López Vázquez, comisariado de San Miguel Zoapan, asegura haberlos visto. “Lobos, todavía los alcancé a ver en esta zona; le platicaba a los ingenieros que yo llevaba mi escopeta para cuidar mis animales, que los coyotes no se arriesgaban a comer chivos, pero los lobos sí eran canijos, se venían […] andaban en manada, entre cuatro y cinco, aunque nosotros nomás viéramos uno, y cuando andaban en brama veía uno a tres, cuatro o cinco; me preguntaban que cómo distinguía lobo de coyote y, bueno, es claro, por el tamaño: los coyotes son chicos y flacos y los lobos son más grandes y pachonzotes, y más atrevidos.

—¿Atacaban a la gente?

—No, sólo a los animales; como estaba el monte más cerrado, se metían ahí el ganado y ya nomás oía uno que chillaban, e iba a ver y ya se lo habían llevado más adentro del monte.

—¿Cómo fue que se acabaron los lobos?

—Pues por la misma gente: empezó a crecer la población y había gente que nomás al mirarlos les tiraban el balazo; no sé si emigraron a otro lado o se los acabaron. Aquí, en el cerro que tenemos, aullaban, pero hoy en día ya no; tengo años sin ver ni oír, más de 20 años. Muchos se empezaron ir a arriba, a lo que es el parque nacional, pero luego los de acá le metieron fuego al monte, que dizque para cuidar sus animales; entonces, ya para dónde se iban los animales si les metían lumbre y más lumbre.

El gobierno federal decretó el 4 de enero de 1937 el parque nacional Pico de Orizaba o Citlaltépetl, pero fue hasta 2004 en que realmente asumió la responsabilidad de administrarlo. El resultado ha sido la pérdida de buena parte de sus valores naturales y ambientales, traducidos a fuertes conflictos sociales, lo que obliga a remontar una fuerte cuesta, para usar una metáfora cara a los montañeses.

“El volcán La Malinche está pelón por Puebla: es víctima de esta gran ciudad, pero el Citlaltépetl no es víctima de una gran ciudad, porque no tiene, porque no las hay cercanas, pero sí lo es de la pobreza, del olvido y de la mala planeación”, reconoce el subdirector del parque, Héctor Rojas Carrizales. Así, la montaña apenas late sus vidas solitarias.

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Retroceso mundial

Las grandes montañas son el mejor termómetro del cambio climático. El retroceso de glaciares en todas las cúspides planetarias es un hecho documentado e irreversible

En América Latina, se trata de un problema mayúsculo. Tan sólo Perú ha perdido145 glaciares, y México en una década sólo contendrá el del Citlaltépetl, también mortecino

El problema más severo de la deglaciación es la pérdida de agua. Las poblaciones de las faldas de las grandes montañas ya empiezan a ver el agotamiento de sus manantiales y la quiebra de sus actividades productivas

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