A cien años del levantamiento revolucionario en México, en la entidad cuna del federalismo, entusiasta maderista y poderosamente católica, sus elites se dejaron querer por el huertismo y fueron villistas por desconfianza al anticlericalismo constitucionalista; estos “pecados” tejen una leyenda en torno al estado, que desfavorece su papel, y que olvida los experimentos sociales de avanzada antes y durante el proceso armado
Guadalajara. Agustín del Castillo / Ignacio Pérez Vega. PÚBLICO-MILENIO. Edición del 20 de noviembre de 2010
No es fácil evaluar el papel de Jalisco en el proceso revolucionario, que comenzó hoy hace cien años. La mala reputación de esta provincia que fue adalid del federalismo y dio grandes liberales en el siglo XIX, deriva de su fuerte regionalismo, de su catolicismo y tradicionalismo, y de la desconfianza centenaria con la Ciudad de México, donde se tejieron muchos de los balances del movimiento armado que parecen condenar a la entidad al papel de “gallinero de la república” que le asignó un sarcástico y perplejo Álvaro Obregón.
Sin embargo, “esa es la visión del centro; la historia de México ha sido centralista, y lo que se dictamina en la capital de la república termina prevaleciendo”, advierte el historiador local Juan José Doñán.
La verdad es que Jalisco es protagonista en las dos elecciones de Madero y se adhiere al villismo por recelo del carrancismo y obregonismo anticlericales, pues la poderosa Iglesia católica local enfrentó los aires de revancha por sus devaneos con el usurpador Victoriano Huerta, quien para acabar de complicar el cuadro era jalisciense y suscitó lealtades entre buena parte de las élites locales, sostiene.
Cierto es también que la entidad fue teatro de un gobierno “progresista” encabezado por el general carrancista Manuel M. Diéguez, cuando se aprobaron decretos que adelantan la Constitución de 1917 en aspectos como el laboral, el educativo y la delicada relación Iglesia-Estado; hubo creación de instituciones modernas pero la respuesta de la grey católica fue movilizarse y obligar a no aplicar las normas “jacobinas”.
Y poco antes de la entrada en acción del constitucionalismo, se registró la expansión de un catolicismo social “de avanzada” —fuertemente sindicalista y volcado a la educación— nacido del mandato del concilio Vaticano I y en especial, de la célebre encíclica Rerum novarum, de León XIII, lo que prefiguró un enfrentamiento que sólo culminaría a finales de los años 20, con la rebelión de los cristeros, que de gallinas “salieron gallos” —como dijo en sus memorias el gobernador Silvano Barba—, poniendo en jaque a la nueva república y sus ambiciones modernizadoras.
Para Doñán, los desencuentros y los malos entendidos hacia Jalisco pueden ser mucho más antiguos. Tal vez desde la historia colonial, con las rencillas entre Cortés y Nuño de Guzmán y la relativa independencia de la Nueva Galicia, y ya en el México independiente, por su papel preponderante como defensora del federalismo entre la caída del primer imperio y la Reforma.
Es decir, no tenía muy buena prensa entre los hombres de poder de la capital. Es famosa la anécdota del presidente Porfirio Díaz preguntando cada mañana si Jalisco se había levantado en armas. Este estigma decimonónico sólo lo comparte con la lejana y realmente levantisca península de Yucatán.
“Hay la idea de que Guadalajara es una plaza muy respondona; Jalisco es el primer estado que se declara tras la consumación de la independencia, cuando se va Iturbide, cuando se va ese efímero primer imperio […] en la literatura del siglo XIX, en novelas costumbristas como Los bandidos del río Frío se repite la frase, incluso entre la gente del pueblo: yo soy libre y soberano como Jalisco, como decir yo soy autónomo y me manejo aparte, y además de esta fama como una región independiente, también es de una región muy perdedora en el aspecto territorial: Colima se desliga de Jalisco gracias a una intriga operada desde el centro, se entienden con el general Brizuela de Colima, para que se declare separado de Jalisco como un cantón con el apoyo militar del centro, lo cual consiguen, y así comienza la historia…”.
Refuerzan la idea el modo en que las élites capitalinas apoyaron también la separación de Nayarit usando como cuña el levantamiento lozadista, e incluso atraviesa como un soplo de leyenda el trágico asesinato del gobernador Ramón Corona —el político jalisciense más popular de la república restaurada, considerado por muchos como el auténtico sucesor de Porfirio Díaz, advierte Doñán—; el crimen fue autoría de un Primitivo Ron que recuerda al Aburto que ultimó a Colosio en 1994; el mandatario quedó herido, pero fue dejado desangrar porque el presidente Díaz habría ordenado que no intervinieran las heridas, que esperaran a sus médicos personales… los que nunca llegaron.
Indudable: socialmente, Jalisco no tuvo la misma pasión revolucionaria de Sonora o Morelos. Es que “no había grandes haciendas, había la pulverización de la propiedad en muchos sentidos, el parvinfundismo, pero no esas contradicciones sociales de otros lados […] además, existía ya una clase media consistente y educada en el ámbito urbano, lo cual es un colchón, es una clase aspiracional que sabe [que] por la vía violenta tiene más qué perder que ganar”, añade Doñán.
Así, explica por su parte Mario Aldana Rendón, “Sonora emergió como la región hegemónica de la Revolución, y Jalisco, por la tenaz resistencia que bajo la dirección del clero opuso al gobierno […] y el gran apoyo social que recibió el villismo en su lucha contra los constitucionalistas” (en “Jalisco-Sonora. Dos caminos distintos hacia la Revolución Mexicana”, revista Espiral, 2004).
Por si fuera poco, las historias locales son complejas y singulares. La historiadora Elisa Cárdenas Ayala, quien ha publicado recientemente su análisis del periodo 1908-1913, lo destaca: “no se puede menos que subrayar el carácter privilegiado, para la historia de la época, de este observatorio que es Jalisco, en su falsa marginalidad revolucionaria y la intensidad de su vida política: no hay aquí estereotipo que se sostenga, los liberales no son todos revolucionarios, los católicos no son todos conservadores, no hay alianza política imposible, por poco lógica que a priori pueda parecer” (en El derrumbe; Jalisco, microcosmos de la revolución mexicana, Tusquets editores).
Imposible olvidar que el maderismo triunfó en la entidad occidental bajo las siglas del Partido Católico Nacional, por medio de las urnas, un paréntesis entre los autoritarismos históricos. ¿Entonces los católicos fueron, en ese momento, revolucionarios?
No obstante, para el historiador jesuita Jesús Gómez Fregoso, “la revolución se vivió en Jalisco con mucha hambre, mucha violencia. Se aplicó toque de queda. Guadalajara y Jalisco fueron espectadores y víctimas de la etapa revolucionaria; esa época se vivió como una invasión”. La ciudad fue invadida por los dos bandos: carrancistas y villistas. Una razón por la que Guadalajara se hizo villista y no carrancista, fue que al tomar Villa la ciudad, abrió los templos que había cerrado Manuel M. Diéguez, pone en relieve.
Lo del “gallinero de la república” se lo cobrarían los jaliscienses a los sonorenses, a partir de 1926, con la rebelión cristera que trastornó todo el occidente del país. Para Gómez Fregoso esa fue la verdadera revolución popular en Jalisco, pero Doñán insiste en que es una etapa muy posterior que no hace justicia a los aspectos particulares que asumió en el estado todo el proceso de cambio comenzado en 1910.
Lo cierto es que en 200 años de vida independiente, la orgullosa entidad no ha podido contar con un presidente electo por las urnas. “Hay que decir que un grupo muy caníbal es el de los políticos de Jalisco, que a diferencia de los chihuahuenses, de los veracruzanos, de los sonorenses, o del estado de México, que sí saben hacer grupo, han hecho fracasar todo proyecto de escala nacional; ni con el PRI ni con el PAN esto ha sido distinto”. Es Jalisco, a cien años de la Revolución Mexicana.
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Los años de la Revolución
Julio de 1910
Los jaliscienses votan masivamente a Francisco Ignacio Madero, tras el fracaso de los poderosos clubes “reyistas” por sacar adelante la candidatura del general Bernardo Reyes, quien purga un exilio dorado por órdenes de Porfirio Díaz. La idea es que el oficialismo se “roba” la elección.
Mayo de 1910
Tanto por el Partido Antireeleccionista como por el Partido Nacional Católico, Madero arrasa en Jalisco. Llega de gobernador José López Portillo y Rojas.
Febrero de 1913
La Decena Trágica, el asesinato de Madero y Pino Suárez y el ascenso del colotlense Victoriano Huerta. Amplios sectores del clero y del Partido Católico aceptan la convivencia con el usurpador. López Portillo, secretario del gabinete huertista.
8 de julio de 1914
Las tropas de Obregón entran a Guadalajara. Es cuando Álvaro Obregón señala a sus cercanos que “ha llegado al gallinero de la república”, resentido por la impopularidad constitucionalista.
1915-1919
Gobierno de Manuel M. Diéguez. Jalisco, junto con Sonora y Yucatán, laboratorios de la revolución constitucionalista. Los villistas interrumpen dos veces este predominio en Guadalajara.
Agosto de 1926
Los alteños comienzan la rebelión cristera, que el presidente Calles desestima porque “va a durar tres semanas”. Pero salieron los gallos, dice el gobernador Barba.
Julio de 1910
Los jaliscienses votan masivamente a Francisco Ignacio Madero, tras el fracaso de los poderosos clubes “reyistas” por sacar adelante la candidatura del general Bernardo Reyes, quien purga un exilio dorado por órdenes de Porfirio Díaz. La idea es que el oficialismo se “roba” la elección.
Mayo de 1910
Tanto por el Partido Antireeleccionista como por el Partido Nacional Católico, Madero arrasa en Jalisco. Llega de gobernador José López Portillo y Rojas.
Febrero de 1913
La Decena Trágica, el asesinato de Madero y Pino Suárez y el ascenso del colotlense Victoriano Huerta. Amplios sectores del clero y del Partido Católico aceptan la convivencia con el usurpador. López Portillo, secretario del gabinete huertista.
8 de julio de 1914
Las tropas de Obregón entran a Guadalajara. Es cuando Álvaro Obregón señala a sus cercanos que “ha llegado al gallinero de la república”, resentido por la impopularidad constitucionalista.
1915-1919
Gobierno de Manuel M. Diéguez. Jalisco, junto con Sonora y Yucatán, laboratorios de la revolución constitucionalista. Los villistas interrumpen dos veces este predominio en Guadalajara.
Agosto de 1926
Los alteños comienzan la rebelión cristera, que el presidente Calles desestima porque “va a durar tres semanas”. Pero salieron los gallos, dice el gobernador Barba.