miércoles, 25 de marzo de 2015

Puerto Morelos, historia de un paraíso olvidado



El viejo y arrumbado territorio de Quintana Roo pasó del anonimato de una frontera a la fama universal, pero con un costo ambiental que no ha podido ser amortiguado todavía.

Agustín del Castillo / Quintana Roo. MILENIO JALISCO. 

Puerto Morelos está hoy a menos de dos horas por avión y por auto -a través de un corto tramo carretero-, si se llega desde la Ciudad de México. En 1902, cuando arribaron a vivir Silvano Zetina y su familia -entre quienes estaba un niño de siete años, Joaquín Zetina Gasca-, aún era zona de guerra, con los mayas alzados y ocultos en un territorio lejano a meses de los centros del poder nacional, y a siglos de la utopía desarrollista que ya dominaba el imaginario de la clase política mexicana.

Los 113 años posteriores conforman el relato de un proceso de conquista y modernización más agresivo y contundente que cualquier suceso de las cuatro centurias precedentes en Quintana Roo. Todo cambió para siempre. La vida de la familia Zetina, por cinco generaciones, está entrelazada a los grandes hitos de una región que estuvo olvidada y remota.

En 2015, Puerto Morelos está en medio de uno de los polos de desarrollo y mundialización fundamentales de México: la llamada Riviera Maya, a donde llegan un tercio de las divisas por turismo que recibe el país, de los bolsillos de millones de turistas nacionales y extranjeros que año con año acuden a gozar estas playas caribeñas permeadas de exotismo místico, entre las blancas y finas arenas coralinas aportadas por la gran barrera Mesoamericana, el ecosistema que de forma insospechada ha sustentado a tantas generaciones.

Paradojas de la historia: el nombre de los aborígenes rebeldes se ha convertido en marca, comerciada hábilmente por capitalistas mexicanos y extranjeros, algunos de ellos,  descendientes de los blancos yucatecos que los combatieron a muerte apenas terminada la invasión de Estados Unidos a México, cuando la bandera de las barras y las estrellas aún ondeaba el zócalo de la capital del país con los ejércitos victoriosos de Taylor y Scott.

Al despuntar el siglo XX, los Zetina llegaron a una naturaleza asombrosa, pródiga y a ratos despiadada, auténtica frontera donde sólo un puñado de colonos audaces se aventuraba a buscar su futuro.

“Era esta una tierra muy alejada; las primeras personas que vinieron a habitar este latifundio las trajo el Banco de Londres y México –poseedor de la concesión que les otorgó el gobierno de Porfirio Díaz- de Cabo Rojo y otras poblaciones de Puerto Rico; mucha gente murió en el camino, no tenían buenas condiciones laborales; unos se regresaron y otros se dispersaron a otras partes de la península; la mortandad era muy alta, había muchas enfermedades y eran terribles”.

Quien relata esta vida extrema es Miguel Ángel Zetina Cuevas, un porteño de 60 años –si no fuera por los 20 días entre Yucatán y Cozumel, cuando comenzó su aventura por este mundo- que puede reclamar la calidad de memoria viva del poblado, dado que ha recibido las historias de sus ancestros: el abuelo Joaquín, la tía Zenaida, el padre Susano, además de sus propias experiencias como hábil comerciante, tesonero marino mercante y astuto político.

Es el mismo hombre que lamenta el deterioro actual: una política en la que la cabecera municipal –Benito Juárez o Cancún- arrebata las recaudaciones y los privilegios presupuestales; una economía ávida de ganancias rápidas y fáciles que provoca un fuerte deterioro con basura, contaminación y destrucción de espacios silvestres; una cultura insensible a los temas de conservación. Corales, dunas, selvas y manglares, componentes de la ecuación equilibrada de lo salvaje, están en riesgo ante la fuerza del dios que sucedió a las deidades totémicas y al abstracto dios cristiano: el dinero, la especulación, la ganancia. ¿Cómo será la vida después de Cancún?



TIEMPOS IDOS

“En 1894, la Secretaría de Fomento del gobierno de Porfirio Díaz, otorgó la primera concesión a un latifundista de esa época, llamado Faustino Martínez: 250 mil hectáreas para crear la costa oriental de la península de Yucatán […] la entrega para poblarlo, ya que esta era una zona deshabitada; cuando yo era niño, en los años sesenta, Quintana Roo tenía como 30 mil habitantes, imagínese en esa época: estaba el indio, el maya alzado, que no es el mismo que el maya domesticado de Yucatán y andaba siempre a salto de mata; por eso fue muy difícil la creación de esta zona; en 1902, Faustino Martínez decide cederle la concesión al Banco de Londres y México, y la superficie crece hasta 650 mil ha, 20 por ciento de lo que es hoy el estado de Quintana Roo, desde el norte del estado hasta Tulum…”.

A su bisabuelo y a su abuelo les tocó abrir brecha, introducir caminos y transportes por rieles para manejar la vastísima heredad; Puerto Morelos era la cabeza de playa, y se comunicaba a más de 40 kilómetros con Santa María, una casona estilo inglés; otra finca, San José de las Vegas, estaba en la zona donde se sembraba tabaco, se apacentaban reses y se producía canela. La plataforma de rieles podía transportar mercancías hasta por diez toneladas. El puerto era el sitio de embarque de muchas mercancías de la selva: sobre todo, maderas finas, entre las que sobresalía el cedro rojo, y el famoso palo de tinta. Luego, muchas maderas para durmientes de la vasta red ferroviaria que se tendía por primera vez en todo el país.

“Todo tenía un sistema de comunicación de lo más moderno: telégrafo, del puerto a la hacienda, por medio de una red con postes, que cortaban los indios rebeldes y había que estar reparando…”.

La guerra de castas y la posterior revolución provoca reacomodos de poblaciones. Muchos agricultores huyen a la isla de Cozumel y la hacen el sitio más habitado del estado, a salvo de violencias y asonadas. En 1920 llega la siembra de coco y se da la incipiente ocupación de la entonces isla de Cancún.

¿Por qué decidieron vivir tan lejos? Zetina Cuevas considera que se apreciaba mucho la libertad en un país en el que los trabajadores eran explotados a niveles cercanos de la esclavitud. El inicio de la época de explotación del chicle, una resina proveniente del árbol de chico zapote, fue con veracruzanos, sobre todo de Tuxpan, al norte de esa entidad. Al encontrarse en la selva con los mayas, “después de pelear, se empezaron a cruzar, pues no había el fuerte componente de racismo de los descendientes de españoles peninsulares; en 1912 empieza, y al tiempo empiezan los apellidos a cambiarse, para así olvidar los orígenes mayas y los rencores que se ocasionaron”.

En 1936 abre la era de los ejidos. Permanecía la región como un lugar de confines, casi silvestre –el sistema educativo constaba de cuatro maestros para todo el territorio-, pero muchos eran felices.

“Si esto lo platicas con mi tía Zenaida, ella te dirá: ‘en esa época todo era un paraíso, era todo lindo y bello’; yo no entiendo que era lo bello si no tenías agua para tomar, si no tenías en donde comprar una cebolla, si no tienes luz, si no tienes un médico, si no tienes en dónde comprar medicinas; si aún así, eso es un paraíso, pues a lo mejor era un paraíso […] en la alimentación tal vez, pero en la economía, fuera del chicle, no había de dónde ganar dinero; los que vivíamos aquí teníamos todos los días tortuga, huevos de tortuga, langosta, pescado fresco, caracoles; teníamos un chiquerito, y si uno pescaba, invitaba a todos, porque no había como almacenar y todo se compartía”.

El abuelo Joaquín fue pescador y vendía algunas piezas; su padre fue administrador de la cooperativa chiclera, y tenía que ir a enganchar trabajadores a Yucatán. En barco se podían hacer de quince días a dos meses a Puerto Progreso según los vientos; a pie, se llegaba a Mérida en tres días. Muchos iban a Cuba a la atención médica.

A partir de 1965, con la llegada de la carretera a Puerto Morelos, llega eso que llaman “progreso”. La vida da un vuelco, hay trabajo e inversiones. Se hace el primer muelle y hay pesca intensiva, desordenada, depredadora. La luz se conectó entre 1967 y 1968. El primer refrigerador lo trajo su padre de Belice.

En 1970 llegan las primeras cuadrillas a trabajar a Cancún. Comienza la destrucción del paraíso. Hace 20 años, los morelenses se dieron cuenta de que su barrera coralina atraía turistas. La pesca mermó y se dedicaron a proteger. En 2005, el paso violento de Wilma les dio otra razón para hacerlo: el modo en que amortiguó una fuerza “como de 30 bombas atómicas” según los científicos de la UNAM. Hoy, Puerto Morelos es una isla de conservación, sitiada. Los Zetina ya entregan la estafeta a su quinta generación.

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CLAVES

La Gran Barrera Mesoamericana es el grupo de arrecifes de coral más grande de cuantos se ubican fuera de la región Indo-Pacífico donde evolucionaron estos animales y se tiene la mayor diversidad planetaria. Para el mar Caribe, la barrera se extiende desde Cuba hasta Honduras, a lo largo de casi mil kilómetros de longitud

Puerto Morelos posee los arrecifes mejor conservados de la parte norte, pues el resto han sido fuertemente alterados a raíz del descontrol productivo y turístico de Cancún, debido al mal manejo de la línea costera y al turismo mal regulado

Wilma demostró a Puerto Morelos el enorme valor de su barrera intacta, que amortiguó la energía equivalente a 25 bombas atómicas similares a la de Hiroshima. Cancún, al norte, fue arrasado y registró pérdidas por más de 7 mil millones de dólares ante la ineficacia de su escasa cobertura arrecifal a 35 años de iniciado el megadesarrollo en la zona.


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