sábado, 30 de marzo de 2013

San Martín de las Flores se volvió Tierra Santa


Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO

En la transmutada Tierra Santa de San Martín de las Flores, en Tlaquepaque, Jesucristo se llama Boni Ernesto Haro Aceves; es obrero lo mismo que la virgen María, Rubí Rivera, su esposa, y tienen tres hijos. Judas es un muchacho tesonero llamado Héctor; el solemne Poncio Pilatos es el profesor Feliciano Fierro; el cínico Anás es otro mentor, Ramón Ortega, y el sádico rey Herodes es Jesús Rivera, en realidad un custodio del penal de Puente Grande que se carcajea con tal soltura, que si se toma en cuenta su oficio, puede asustar.

El demonio o Luzbel es un joven darketo con alas rojas que sirve de relator del misterio, como cumpliendo ese papel de intérprete de los designios de la Providencia que tantos comentaristas ven en el acusador en el Libro de Job. Hay una mujer-ángel blanquísima y rubia que casi no habla, pero aquí lo blanco y lo rubio representan pureza aunque sea una vieja república de indios y domine la piel broncínea.

La descripción que hace del Cristo el buen Pilatos no deja lugar a dudas: desfigurado por la tortura del látigo, no obstante, “no había en el mundo un ser más blanco, rubio y hermoso, y de tan agradable presencia que sólo el que le veía le agradaba” (sic), declara con gravedad, tratando de convencer al pueblo de no crucificar a su rey.

Viernes Santo, pasadas las cinco de la tarde. Miles de moradores de San Martín, del oriente de la zona metropolitana y de más allá de los valles que conforman la gran ciudad, abarrotan las gradas de metal y madera que se han montado para crear un anfiteatro al aire libre, en la plaza de cantera de la comunidad.

La bella y sencilla iglesia, un refugio al sol y al ruido, aloja en su torre y sus techos a muchos curiosos, aunque en su interior, algunos piadosos meditan en paz con los cantos gregorianos que musitan las bocinas del equipo de sonido del inmueble. Las casas contiguas también están llenas en sus azoteas, los hombres beben cerveza, los niños saltan en el brincolín del tercer piso, las viejas fríen sopes, papas, tacos, carnitas y cuanto vianda dicte la impronta obligatoria de grasa y carbohidratos del cazo mexicano; las adolescentes no cesan de caminar para embobar a los machos, y cosechan el inigualable placer de ser vistas y codiciadas. Qué de gulas y lujurias se cocinan al fuego de la penitencia.

El espectáculo es la representación de la pasión de Dios, La historia más grande jamás contada (película hollywoodense de 1965), cuya música resuena en momentos cruciales del drama (autoría de Alfred Newmann), mientras la deriva sensible y amorosa se refugia en la famosa música de Ennio Morriconne para La Misión, de 1986.

Son 180 actores en escena. San Martín de las Flores tiene reconocido el estatuto de comunidad indígena, aunque buena parte de sus tierras primordiales han sido invadidas por la creciente mancha urbana. Así, las costumbres no pueden no cambiar. Los indios de manta blanca y huarache ya no existen. Los sombreros dominan, pero tejanas de cowboys, la música es norteña, y hasta alguna casa de estilo californiano —indudable demostración de art narcó— se levanta en medio del pueblo humilde y enmarañado.

Calles de polvo y piedras, de alcantarillas quebradas, de agua de dudosa calidad que rebosa y baña los pisos, de basura que sigue el camino de la crucifixión y se corona al lado de las tres cruces en el nuevo Monte Calvario, que por la noche recupera el sencillo nombre de Cerro de la Cruz.

La trama avanza mientras el sol se desploma. Un Barrabás que parece abogado del mesías acepta su liberación. Un Judas exasperado se ahorca en un poste de luz. Un Jesucristo demasiado humano gime ante la muerte inminente. Los soldados romanos son verdugos pero también fiscales: gritan consignas para matar al ungido, mientras que el pueblo, que se supone son los judíos bajo dominio romano del siglo I, no tiene un entusiasmo similar contra la causa del Señor.

Finalmente, se le condena a la cruz, y se asciende con las tres cruces a la montaña, por la calle 16 de septiembre. Un callejón apretujado como las viejas ciudades palestinas, para una crucifixión fast track, de 15 minutos. A las ocho de la noche el Nazareno ya había resucitado en la plaza, los lugareños festejaban con grandes tragos de cerveza y música de banda, y los vecinos de la ciudad partían por la infernal ruta de la carretera Zapotlanejo-Guadalajara.

El lunes, Boni y Rubí regresarán a la fábrica. Los profes seguirán de vacaciones. El guardián del penal sonreirá de lo bien que ha interpretado al rey Herodes.

No hay comentarios: