sábado, 16 de marzo de 2013

Adiós, rector Marco Antonio Cortés



La última sesión del Consejo General Universitario de la UdeG en la era de Cortés Guardado ha sido el involuntario homenaje a esa democracia unánime y sin disidencias que domina el órgano de gobierno de la casa de estudios

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO

En un país destrozado por los disensos, los “108 de 92” consejeros (Alfredo Peña Ramos dixit) que asisten a la última sesión del Consejo General Universitario de la Universidad de Guadalajara, en lo que corresponde al rectorado de Marco Antonio Cortés Guardado, mandan un mensaje ejemplar con una reunión tersa, rápida y sin aspavientos.

Qué importa que se hable de cosas tan graves como la creación de nuevos planteles y el reforzamiento de carreras en ciencias exactas o sociales; o que se analice una auditoría externa casi impecable – lo perfecto sería sospechoso- cuyo dictamen no ofrece una sola cifra que refleje lo auditado y lo observado. Y qué decir de la petición de renovar a un director de Finanzas demasiado bueno, ni modo de escatimarle seis años más. Ni el menor eco de reclamo o de urgencia de matices resuena en la sala. La unanimidad está instalada. En vez de UdeG se debería llamar “Unan”.

El hombre pentafásico de Clemente Orozco, que observa desde la cúpula, parece sorprendido de los misteriosos caminos por donde llegó a la concordia una casa de estudios tras casi 90 años, parida de una refundación de fuego entre los agitados años veinte y treinta del siglo XX con la bandera de la educación socialista, enfrentada a las elites conservadoras de la ciudad, y bajo el mito incólume de la educación universal, laica y gratuita. De ahí, el rudo tránsito por el gangsterismo estudiantil, los negocios a la sombra del poder, los raudales de presupuesto para premiar la vocación quietista en tiempos de exaltaciones sesentayocheras. Y luego, el asalto a la modernidad de redes universitarias, sindicatos estudiantiles light, integración a la izquierda partidista y decisiones imbuidas del carisma weberiano: siempre a la sombra del hombre fuerte que está ausente, pero domina el pensamiento de la aristocracia que no puede decir su nombre.

En los congresos de los años veinte, las discusiones se resolvían frecuentemente a balazos; en los del siglo XXI, suelen no resolverse, atorados en la incapacidad de diálogo y de construcción de acuerdos. Los consejeros de la UdeG, en cambio, escuchan los dictámenes y los aprueban fast track, con la mano levantada. “Es que las discusiones se dan en comisiones”, casi los disculpa un empleado universitario. El resultado es una reunión casi monótona, que confunde al final, cuando en los asuntos varios, el consejero Alfonso Partida Caballero hace el exhorto de modernizar los estudios en derecho para adecuar a la justicia alternativa la preparación estudiantil. Queda en una amabilísima petición al rubro de pendientes.

Y luego se exalta el feuísta Marco Antonio Núñez Becerra y reclama la última palabra de la junta de notables. Para lanzar un “¡gracias!” que es acompañado de un estruendoso aplauso por la gestión de Marco Cortés, quien sonríe agradecido. Alguien quiere imaginar al rector saliente con una exigencia atrevida –a la Marcelino García Barragán- de que se le respetaran sus seis años de rectorado que fue de apenas tres –la disidencia imposible-; además, el cheque ya no llegará igual, los reflectores no lo buscarán, habrá que regresar a la modestia monástica de la investigación y las clases… pero de todos modos se irá: el sistema sólo funciona mientras todos cumplan su riguroso turno. Bienvenido rector Tonatiuh Bravo.

No hay comentarios: