lunes, 25 de febrero de 2013

Nuevo México, el asesinato del futuro



Pandillas juveniles asuelan los asentamientos de Nuevo México, Jardines de Nuevo México y Hogares de Nuevo México, núcleo de colonias que reciben hoy un programa especial de rescate de Zapopan

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. Fotografía de Abraham Pérez

Hace menos de una semana, un muchacho de cuyo nombre nadie parece acordarse, fue muerto a puñaladas en la cancha de tierra de la colonia Jardines de Nuevo México, a plena luz del día.

Los vecinos conservan vívida la imagen de la víctima y la intensa movilización policiaca que generó el crimen, pero en realidad no ha pasado nada con sus vidas, regidas por el azar que les depara la violencia primitiva, gratuita, hormonal, de las pandillas de adolescentes que cada tarde juegan a romper sus futuros, como si el porvenir fuera un mundo reservado sólo a los más fuertes.

“Todas las tardes se acercan los vendedores de drogas a los muchachos que juegan futbol […] hay chamaquitos que desde los siete años ya andan en esas, porque sus papás nomás no se preocupan por nada; y vea usted los módulos de policía, abandonados, siempre llegan tarde cuando se les necesita”, señala preocupada doña Teresa, dueña de una tienda frente al parque de este núcleo habitacional ubicado sobre tierras del viejo ejido de Tesistán, al poniente de la zona metropolitana.

Al mediodía, el parque huele a polvo, a basura que se acumula en cada esquina y en cada recoveco; a la solitaria seguridad que provee el sol a plenitud, que no fue suficiente para conservar la vida del infortunado menor. Al extremo de la manzana, un edificio escolar protegido como fortaleza, y luego, un templo católico rodeado de rejas sólidas y cerrado con llave ante la ausencia del cura. Será que en este mundo desacralizado ya no es un asilo seguro para los que huyen de sus captores. La iglesia tenía cámaras de seguridad que fueron destruidas en una refriega entre bandas rivales, a pedradas limpias,
una de las muchas tardes de pesadilla.

Al frente, un grupo de comercios necesarios para la vida cotidiana. En cada uno hay historias del acoso juvenil: la dependiente de la tortillería que fue asaltada hace tres meses y ni siquiera se enteró si la habían amenazado con cuchillo o pistola —“¿quién va a investigar? Y sólo salí gritando cuando se fueron, se llevaron como dos mil pesos” —; Ofelia, quien despacha en la tienda de abarrotes, refiere que hace ocho meses se metieron al local y lo saquearon; la lavandería también ha sido víctima de los ladrones, pero su responsable
no quiere dar un testimonio.

“Son de 13 a 18 años; se pelean feo, a pedradas, y hay que cerrar las casas, y eso es muy seguido, a cada ratito se enojan, y destruyen los carros durante sus peleas; pero además, últimamente les gusta robarse las pilas [baterías] de los carros”, añade Ofelia.

A la policía se le piden dotes adivinatorias, porque siempre llega después de los desastres. No obstante, lo que en realidad reclaman es la falta de una disuasión preventiva: si el módulo estuviera ocupado, si las patrullas rondaran, si se preguntara a los vecinos, otro gallo les cantaría.

Entre semana, ya conviene resguardarse cuando el sol se pone. Pero el fin de semana, los enfrentamientos pueden ser a cualquier hora.

A doña Teresa Aranda le queda claro que son muchos años de abandono.

— ¿Por qué se descompuso la paz aquí?

— Yo pienso que es el mismo gobierno el que no puso atención a la seguridad, y al problema de la juventud; son muchos jóvenes y todos viciosos.

— ¿Cree que los padres de familia estén haciendo su trabajo?

— No, porque si estuvieran al pendiente de sus hijos no pasaría nada de esto. Entonces se junta todo a la vez, lo que viene siendo gobierno y padres de familia. A mí en una ocasión me quisieron abrir la tienda para robarme, entonces sí formo parte de las víctimas.

— ¿Cree que los padres de familia de la colonia estén dispuestos a reconocer sus omisiones?

— Pues eso es ya de cada persona, si aceptan su culpa o no; yo nomás tengo una hija y se la pasa en la escuela, y hay otros que podrían estar en el campo jugando, pero a veces en el campo mismo les venden la droga, y los niños ven cómo se están drogando los otros, ven la mariguana, entonces ese no es un buen ejemplo, y luego pasan las patrullas y hacen como que no ven; aquí hace falta la preparación y el trabajo de los padres y de la misma autoridad. Con decirle que unos vecinos de enfrente tienen niños de siete, ocho años, que ya andan mal. Ya nomás caminan y los papás los echan a la calle, entonces ahí ya hay culpables, tanto los padres como el ambiente que los rodea. La autoridad no hace nada. Nomás oyen que el muertito y que el muertito, y pos así no, ahí no hay solución ya.

Estudios realizados por el Ayuntamiento de Zapopan señalan a las colonias de Nuevo México como una de las zonas con mayor incidencia de violencia hacia grupos vulnerables, sobre todo a mujeres, registrando casos de violencia intrafamiliar, violación, estupro y lenocidio. Además de resaltar diversos factores de riesgo y violencia potencial, al asociar a los habitantes de la zona con portación de armas de fuego sin los permisos correspondientes. En este contexto, el alcalde, Héctor Robles Peiro, lanzará esta mañana en el corazón de esta colonia su programa de Reconstrucción de Tejido Social, considerado el más importante de su trienio.

La presidente de la colonia Nuevo México, María del Rosario Siordia Ascencio, al otro lado de la carretera a la base aérea, admite que hay un círculo perverso de pobreza, falta de oportunidades, desintegración y violencia intrafamiliar, desatención de las autoridades, falta de servicios básicos y la violencia de las pandillas. “Todo parece que empieza por la casa, es muy grave”.

Dos y media de la tarde del viernes 22 de febrero. Vehículos se estacionan frente al templo de Jardines de Nuevo México. Bajan dolientes con sus vestimentas de negro, lentes oscuros, mascadas. Una carroza fúnebre transporta al muerto, un nuevo número en la estadística. El futuro sólo pertenece a los fuertes, parecen pensar los jóvenes del barrio que miran a lo lejos. Seguramente han abrevado su ideología en las películas de Terminator, Rambo o Duro de matar; no hace falta leer a Darwin o a Spencer, ni siquiera asomarse por los sombríos pasajes de Mi lucha.

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