martes, 19 de febrero de 2013

Testigo de los cambios entre los nahuas de Cuautitlán


En privado: Secundino Aguilar Arias, comunero de Chacala. Agustín del Castillo / Cuautitlán de García Barragán. MILENIO JALISCO

Don Secundino Aguilar Arias tiene ahora 66 años, y habita en un mundo muy distinto al que vivió en sus primeras décadas, a partir de 1946: había una selva tupida, poblada de maderas preciosas; caminos tortuosos y largos que prolongaban por horas a pie o en bestia el contacto con lo “civilizado”, fuera Santiago en Colima o Cuautitlán en Jalisco; una lengua aborigen, el náhuatl, que fue borrada de la conciencia de estos pueblos; enfermedades agudas y fulminantes, como los catarros, la disentería o la picadura de alacrán; escasas tentativas de alfabetización, y en general, una economía de subsistencia ajena a los grandes cambios que se daban allende las montañas.

Andaría por los veinte años de edad cuando se les entregó la carpeta básica de la comunidad indígena de Chacala; su padre Romualdo fue uno de los promotores del reconocimiento de la comunidad agraria cuya existencia es centenaria, y para eso está la prueba de los títulos virreinales.

“Este rancho ya existía cuando los revolucionarios y los cristeros; nomás que estaba la gente regada, una casa aquí, otra por el río, otra tras la loma, y así, todos regaditos”, explica mientras corta paciente la flor de jamaica que se da en esta zona tórrida, y que es uno de los pocos negocios rentables que quedan, tras el agotamiento de muchos recursos, y sobre todo, de un modo de vida.

En el traspatio de su jacalón, a la orilla de Chacala, todo es una planicie que circula el río de La Rosa, que nace en la comunidad vecina de Cuzalapa. Al oriente se atisban grandes montañas, último refugio de los animales silvestres. Al sur, en media hora, está el gran puerto de Manzanillo, el cercano contacto con las redes comerciales marítimas más grandes y extendidas del planeta. Cómo eludir el cambio.

“Había mucha madera, había parotas que entre tres gentes no las abarcamos, pero empezaron los del comisariado a vender y se las llevaron; estuvo madereando un señor David en el poblado de El Chico, ahí puso su aserradero, y se llevó todas, más o menos por 1992 […] el comisariado era Silverio Roblada, que todavía vive, nomás que si le habla no sabe ya nada; también queda Simón Martínez, pero está sordo, están platicando con él y luego sale con otra cosa…”.

No todo el cambio ha sido malo. Antes cualquiera se moría de un piquete de alacrán porque se duraba horas en los traslados, peor en temporada de lluvias. “También había una diarrea de sangre y se murieron muchos […] esto era una agencia municipal, pero las agencias estaban olvidadas, olvidadísimas, se hizo la delegación en 1992, y ya de ahí hemos tenido más ayuda”.

La madera casi se ha agotado, y los lugareños se mantienen de la siembra de la jamaica. “Nomás la pone uno en junio, y en noviembre ya está para cosecharla, y luego pasan camiones a comprar y se la llevan a Guadalajara, dicen que les pagan muy bien […] otros bajan a Santiago a trabajar, sobre todo como albañiles, porque hay mucha obra”.

Secundino dice que sus paisanos son pacíficos, pero asegura que los de Ayotitlán, vecinos nahuas también, no. “Fui policía muchos años en el municipio, allá hay pleito de todo”, destaca. En sus tierras no ha notado que esa violencia se desborde, pero cuando se acercan extraños, los vecinos se juntan y los ahuyentan. Un rumor de niños raptados fue lo último que recuerda, un año atrás, pero nadie fue robado de esta aldea terregosa rodeada de extensos potreros donde pasta el ganado.

Chacala permanece pobre pero apacible, con sus días contados como comunidad tradicional. El cambio de afuera toca fuerte a la puerta, con todo y promesas vacías.

2 comentarios:

Ismael Orozco Loreto dijo...

Bello lugar de la sierra madre, en 1981, pase mi vacaciones de Semana Santa con mi familia..

Ismael Orozco Loreto dijo...

La primera vez que llegue a Cuautitlán fue en 1973, subí a la sierra por el chante y baje a Pueblo Nuevo por Cuzalapa.