viernes 1 de julio de 2011

Daños por 600 mdp ocasionan las lluvias



300 áreas de riesgo y 8 inundaciones severas por año en la zona metropolitana de Guadalajara. La ciudad se ha hecho más peligrosa durante el temporal, al crecer sobre zonas de riesgo, desaparecer vegetación y pavimentar arroyos

Guadalajara. Agustín del Castillo. MILENIO-JALISCO. Edición del 11 de junio de 2011

Una ciudad cuyo crecimiento de los últimos 40 años se ha dado, al menos por mitad, sobre zonas de riesgo, tiene en el temporal a su mayor amenaza: no es casual que el promedio de pérdidas materiales ronde 600 millones de pesos y se pierdan cinco vidas por año, destaca el gerente técnico del SIAPA, Carlos Hernández Solís.

Además, “se dan impactos negativos sobre 2,800 viviendas y 650 establecimientos comerciales al año; se pierden 35 automóviles y 440 mil horas-hombre”, añade.

El organismo hizo un estudio hace cuatro años sobre el problema del valle de Atemajac, el asiento original de la metrópoli, y marcó 73 zonas de inundaciones, y una serie de obras esenciales para resolver el problema. Sin embargo, Guadalajara ya se extiende sobre 63 mil hectáreas y ha invadido los valles contiguos de Tesistán y Toluquilla, con lo que los registros de zonas de siniestros crecen a 300 y el problema potencial se incrementa, señala el geógrafo de la Universidad de Guadalajara Luis Valdivia Ornelas, quien actualmente trabaja un atlas de riesgo en la materia.

El documento preliminar del Atlas de peligro por inundación de la zona metropolitana de Guadalajara, que elabora junto con María del Rocío Castillo, apunta que a partir de 1980, los desastres por agua se convirtieron en moneda corriente del desarrollo de la urbe. Desde 1917 hasta 1980, se encontraron registros de 84 inundaciones severas, esto es, 1.3 eventos por año. Entre 1980 y 2000 son un centenar de registros, con lo cual, el promedio sube a cinco eventos por año. En el primer decenio del siglo XXI, hay 80 inundaciones severas, lo que da un promedio de ocho por anualidad.

¿Es que llueve más? En realidad, Guadalajara siempre fue sitio de tormentas intensas con mucho agua en pocos minutos. La respuesta de los problemas actuales está en la forma en que ha crecido.

Los expertos coinciden: la modificación del uso del suelo es la clave, porque al antiguo valle con bosque espinoso se le sustituyó por fincas y planchas de asfalto que redujeron sustancialmente la posibilidad del manejo hidráulico. Hernández Solís calcula que un terreno con cobertura natural, una lluvia se despliega del siguiente modo: 40 por ciento se va por evotranspiración (retenida entre los árboles y la atmósfera respirable, se evapora), 50 por ciento se recarga al subsuelo y sólo 10 por ciento escurre superficialmente hacia arroyos y ríos. En un fraccionamiento campestre, de muy baja densidad construida (máximo 20 por ciento del suelo impermeabilizado), la relación es 35 por ciento de evotranspiración, 45 por ciento de recarga y 20 por ciento de escurrimiento.

En un fraccionamiento suburbano con hasta 50 por ciento de superficie impermeable, el escurrimiento aumenta a 30 por ciento, la recarga baja a 35 por ciento y la evotranspiración permanece en 35 por ciento. En una zona altamente urbanizada, con 75 a 100 por ciento del suelo impermeabilizado, sólo se infiltra 15 por ciento y corre por la superficie 55 por ciento del agua. Es el caso más generalizado en la zona metropolitana.

Y con tanta agua que corre, se tendría que contar con la capacidad reguladora de arroyos, ríos y embalses… los cuales desaparecieron debajo del cemento y el asfalto. “La condición natural del valle combinaba una alta torrencialidad de la lluvia con respuesta rápida debido a que son cuencas pequeñas; con las intervenciones [urbanas posteriores] se fue acentuando a lo largo de los años debido a trasvases [intercambios] de agua entre cuencas, encauzamientos rectos, confinamiento de arroyos, aumento de las pendientes, entre otros, en un esquema de falta de control territorial del crecimiento físico de la ciudad”, agrega Valdivia Ornelas.

Además, “las distintas intervenciones de tipo administrativo y técnicas para crear, ampliar y modificar la infraestructura así como las transformaciones urbanísticas no garantizaron la conservación de la capacidad de evacuación del sistema natural, previo al proceso principal de urbanización registrado en las décadas de 1950 a 1980, por lo que se ha comprometido la capacidad hidráulica del valle. En esta misma lógica se dio la ocupación de los valles de Toluquilla y Tesistán”.

Todo lo cual trae las siguientes consecuencias: “un aumento considerablemente el volumen de agua ya que se abate la infiltración al subsuelo; se reduce el tiempo pico —aumenta la velocidad y disminuye el tiempo en que el agua llega a la parte baja—; toda el agua se concentra en pocos puntos o áreas; se altera el comportamiento territorial del agua, tanto de la que va sobre los canales como la que escurre libremente por las calles; se incrementa la sedimentación y erosión lateral y aumenta la contaminación del agua”.

Tan sólo los 73 puntos de inundación del SIAPA contienen 225,118 habitantes. En las otras cuencas, menos densamente pobladas, hay casi 230 puntos de inundación. Y el problema crece.

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