jueves, 16 de mayo de 2013

50 años de la vida de El llano en llamas



La planicie semiseca donde vivió su infancia el escritor, en el sur de Jalisco, de la cual recibió inspiración para su magistral obra, es una de las zonas más marginadas del estado, con un historial de fracasos que ha incentivado una poderosa corriente de migración a Estados Unidos. Arriba, el mítico cerro de El Petacal, en medio del llano

Agustín del Castillo / Llano Grande, sur de Jalisco. PÚBLICO-MILENIO. LA TIERRA DE JUAN RULFO, CRÓNICAS APARECIDAS EN PÚBLICO MILENIO el 9 de noviembre de 2003, en el cincuentenario de la publicación de El llano en llamas, y que recuperamos a propósito de los 96 años que el maestro jalisciense cumpliría el día de hoy; las fotos originales pertenecen a Marco A. Vargas

Jalisco está lleno de Llano grandes. Uno se ubica en las mesetas del minero Guachinango, paraje de pinares ralos y eriales amarillos al sur del río Ameca. Otro está al oeste de El Tuito, muy cerca del mar, donde los milanos de cabeza amarilla planean voraces en busca de carroña y la selva vive sus últimas derrotas. El tercero se enclava en las llanuras de Tomatlán, a un costado del río San Nicolás, tierra productora de ricos frutales que se aísla durante las lluvias. Pero es el cuarto el único definitivo: Llano Grande del sur de Jalisco, extenso bajío situado entre los volcanes de Colima, Cerro Grande, la sierra de Manantlán y la de Tapalpa. Valle cálido y semiseco poblado por campesinos silenciosos, mujeres devotas, templos ocres o blancuzcos, zacatales, izotes y cactus, haciendas arruinadas, fincas hortícolas.

Este Llano Grande, que se incendió para la historia de la literatura con la publicación de El llano en llamas, en 1953, y de Pedro Páramo, en 1955 (que forman toda la narrativa de Juan Rulfo, el más célebre hijo de la región), es en la realidad una de las zonas más atrasadas de la entidad, con altos niveles de migración por la falta de empleos bien remunerados y la crónica decadencia de la agricultura de temporal. Un comal ardiente donde las oportunidades siguen marcadas por la desigualdad.

En el pasado fue enclave que permitió prosperar grandes haciendas gobernadas con mano de hierro. Ahora cobija capitales internacionales que aprovechan su microclima benigno para producir hortalizas con amplia demanda entre el primer mundo. Estas fincas no se han convertido en motor económico regional sencillamente “porque se paga muy poco”, incluso por debajo de los jornales que entrega la agricultura, asienta Javier Vargas Velasco, vecino de Paso Real, en Tolimán.

Por si fuera poco, los productos del campo tienen pésimos precios en el mercado y la falta de una red de comercialización adecuada permite a los intermediarios o “coyotes” quedarse con la mayor parte de la ganancia.

“Por eso la mitad del pueblo anda en Estados Unidos,; por ejemplo, este año llovió fuera de tiempo; cuando la gente la esperaba, a partir del 24 de junio, nada; luego, cuando no se le esperaba, mucha agua y se perdió lo sembrado (...) toda la superficie de temporal está siniestrada”, subraya el delegado municipal de ese poblado, Eusebio Chávez de la Cruz.

Los intermediarios abusan. “Nos falta asesoría técnica, un buen sistema de riego, maquinaria y créditos (...) nuestros productos no valen, los compradores del mercado de abastos (de Guadalajara) nos marean, en la anterior temporada de sandía se pusieron de acuerdo una noche para bajarnos el precio, y no hay modo de defenderse, no nos firman nada; todavía uno nos debe como 300 mil pesos, pero no podemos demandarlo, no hay papeles”, agrega el funcionario municipal.

Historias similares en otros municipios. “El año pasado se produjo mucho cacahuate, pero no tenía precio; lo pusieron en bodegas para aguantar, y antes de las lluvias debieron malbaratarlo porque con la humedad se les mancha y ya no lo podrían colocar”, explica la secretario y síndico de Tuxcacuesco, Mercedes Mares Herrera.

La miseria data de muchos decenios. Trinidad Soto, ejidatario de Apulco, refiere que la siembra de chilares sostuvo a muchas comunidades hasta la aparición del volcán Paricutín, en 1943, “y desde entonces les cayó plaga, salió chahuistle y ya no se pudo dar; antes a nada se le echaba abono, todo natural y no había plagas, las plagas llegaron por los químicos. Además, el maíz no sale porque el gobierno lo paga como le da su chingada gana, por eso la mayoría rentamos tierras para la siembra de agave o para otras cosas”.

El sector forestal no está en mejor situación. Los ejidatarios de El Jazmín, el principal núcleo agrario maderero, tienen pocos años operando un aserradero, una vez librados de los taladores que se quedaban con sus ganancias. Pero esto llega en la mayor depresión histórica de ese sector, con una estela de cierre de empleos y mercados y una incompetencia frente a productos extranjeros que dificulta los proyectos de éxito. El último año, los ejidatarios cobraron ocho mil pesos de ganancia, pero es la única ocasión que se ha alcanzado esa cuota, reconoce el delegado José María Puerta Ramírez.



EL DESARROLLO
Pese a estas malas condiciones, la creación de infraestructura no se ha detenido: las carreteras asfaltadas se tendieron a partir de los años sesenta. Primero llegó a San Gabriel proveniente de Sayula; luego se abrió la comunicación con Ciudad Guzmán a través del Nevado de Colima, y por el poniente, al valle de Autlán-El Grullo. Desde los años ochenta, se han completado lentamente la red hacia poblados como Tuxcacuesco, Tolimán y Zapotitlán de Vadillo. Pronto se completará con la conexión de Zapotitlán con San José del Carmen y la ciudad colimense de Comala.

“Muchas obras estaban planeadas desde la época de Ávila Camacho, pero las vino a hacer la Comisión del Sur, de Guadalupe Zuno, durante los setenta, y se completaron después”, reconoce Trino Soto. Así se introdujo también la red eléctrica, los drenajes, los sistemas de agua potable. El progreso vino aparejado por los daños al ambiente: los bosques de las fronteras del llano retrocedieron, los ríos Ayuquila y Tuxcacuesco se contaminaron, los manatiales se fueron secando.

Hoy, uno de los problemas más serios es la escasez de agua. Entre las localidades sangabrielinas de El Jazmín, San Isidro y Camichines hay una disputa de 30 años por los manantiales de Salsipuedes. Zapotilán de Vadillo se niega a aportar agua de sus aguajes del Nevado que requieren con urgencia localidades vecinas de Tolimán. La ciudad de Colima es renuente a reconocer su deuda con el agua que se genera en los bosques de Cerro Grande.
La mejor receta para exorcizar estos destinos infaustos es arriesgarse en Estados Unidos, un sueño todavía no superado por el “duro pellejo de vaca que se llama el Llano”.

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Los muertos de Apulco

Familia de agricultores con oficio de herreros. Trinidad Soto nació en 1956 y tuvo 18 hermanos, cinco de los cuales ya fueron visitados por la muerte. Cuatro eran pequeños. “Es que no había médicos, o más bien, no había dinero, no había medios de comunicación, no había carreteras, no había seguro, y era muy cara la medicina, por eso no había posibilidades; el pobre y campesino es el que trabaja más, y tiene menos derechos, porque de allí es de donde todos comemos, si no sembraran pues no comíamos, y el gobierno debía de ver eso”, protesta el morador de Apulco, la ex hacienda donde habitó Juan Rulfo en su niñez.

En el siglo XIX, las haciendas tenían sus herreros; “mi abuelo era de Tapalpa, de un pueblo llamado Tacambo, pero se vino de hacienda en hacienda hasta llegar acá como en 1870; se vino a los Acuates y luego acá. Mi bisabuelo se llamaba Viviano, mi abuelo Pedro, mi padre Trino”. Hoy la herrería le permite capear la estrechez que nace por el mal negocio agrícola. La mayor parte de sus hermanos deambulan por la Unión Americana, incluido su padre, que se fue apenas en julio. La historia de su familia es como la de Apulco, un poblado que perdió 80 por ciento de sus moradores por la crónica escasez.

Pensar que los de Apulco pudieron poseer mejores tierras. En 1979, Severiano Pérez Vizcaíno “y otros ricos” les ofrecieron formalmente diversos predios de gran fertilidad, “pero aquí los rechazaron que porque los compañeros no estaban de acuerdo”. Al final, el gobierno les dotó de tierras más flacas, y esos terrenos pasaron a otros ejidatarios más agudos.

En la familia Soto, el quinto difunto es Pedro, brillante ingeniero químico de la UdeG que se graduó con honores. “Sacó el primer lugar en su titulación, pero le dieron una sustancia sus compañeros y lo enfermaron. En 1988 estaba internado, duró dos años con problemas en el Hospital Civil, y a mi madre que lo cuidaba le dio una embolia y falleció (...) Pedro nunca dejó de sentirse culpable, por su enfermedad no podía hacer nada, y hace siete años se suicidó. La verdad es que le acabaron la vida sus compañeros, por las envidias”.
Pedro nació en 1966. Vivió apenas 30 años.

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Las crónicas endemoniadas de El Petacal

Otoño en Llano Grande. Amanecer de sol y niebla. Volcanes que exhiben regios contornos en sus altivas soledades; un Cerro Grande que asoma su fortaleza surcada por barrancas que rasgan titánicas murallas; iglesias de pueblos que sólo sobresalen por sus torres blanquecinas. El resto del mundo se pierde en la bruma. Los viajeros se internan en el corazón de la planicie, a través de brechas polvorientas donde brotan arbustos espinosos, cactáceas rígidas y borricos desdeñosos. Inesperadamente, surge entre los vapores la silueta siniestra: es el cerro de El Petacal, “el equipal del demonio”. La milenaria pirámide volcánica reina impasible sobre los eriales calientes, en medio de un áspero universo donde los aires quietos apenas transportan los matinales ecos del silencio.

Una calma asombrada contempla la orografía de cortes geométricos; parece el recubrimiento de un fabuloso edificio enterrado por el tiempo y por la derrota de dioses vetustos. Sus innumerables requiebres dan cobijo a fugaz vegetación verdosa, mientras los robles ya visten el dorado ropaje de la estación que nace. Su terso lomo ostenta cetrinas pieles que pronto recobrarán las ocres tonalidades de la sequía. Su entraña es misteriosa, y da pie a leyendas ominosas. “Se oye hueco, como que algo hay adentro”, dijo alguna vez don Febronio Méndez, casi centenario morador de Zapotitlán, quien habitó sus laderas en los aciagos días de la guerra cristera.

Dicen los viejos que la montaña gritó un fuerte trueno en protesta por la primera misa cristiana que se celebró en el lejano siglo XVI. Desde entonces, su mala reputación permanece. Algunos parroquianos de Tolimán o Zapotitlán aseguran oír gozosas campanadas sacrílegas cada Viernes Santo, a las tres de la tarde, cuando Jesucristo muere y la humanidad se sume en el dolor. Es el “Cerro Enencantado”, sede de una ciudad maldita que ha alimentado fortunas fabulosas de oscuros hacendados y ha dado suerte a caciques violentos. Es el peñón silencioso donde el mal resiste los embates de cinco siglos del Dios que conquistó el Nuevo Mundo, en medio del mar estéril y seco de un duro llano habitado por hombres taciturnos.

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1840. Registros municipales acreditan que un tal José María Manzano es morador de Zapotlán el Grande. El hombre en menos de medio siglo construirá la fortuna más legendaria de Llano Grande, al adquirir la hacienda de El Jazmín y despojar a numerosas comunidades indígenas, explica el cronista de San Gabriel, Enrique Trujillo González. Señor de “horca y cuchillo”, los vecinos difunden relatos sobre su supuesta relación con Satanás, quien le permite prosperar en sus dilatadas propiedades a cambio de mantener prisionera su alma en el seno de El Petacal. En cuanto a sus riquezas, Trujillo advierte numerosas exageraciones, pero Emilio Murguía, ejidatario de El Jazmín, asegura todavía hoy que sus heredades llegaban hasta Tenacatita, en la costa sur de Jalisco. En 1899, otro registro de la hacienda de El Jazmín refiere que el predio fue dividido entre los hijos de Don Manzano años atrás. “Ninguno de ellos fue tan alebrestado como el padre”, agrega el cronista sangabrielino. El temible cacique habría muerto unos diez años antes de esa fecha.

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1920- 1940. “Los curas predicaban a los campesinos que no buscaran tener las tierras de los hacendados porque era pecado mortal y se condenarían; por eso muchos no quisieron agarrar tierras para formar ejidos, aunque se les rogara que se unieran a los grupos de agraristas”(José María Puerta Ramírez, delegado municipal de El Jazmín).

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Junio de 1997. “El Llano en llamas dejó de ser el comal de que hablaba Juan Rulfo; ahora, las agroindustrias generan tres mil empleos permanentes y exportan hortalizas cada año por 30 millones de dólares”, explica el gobernador de Jalisco, Alberto Cárdenas, al presidente Ernesto Zedillo, en una visita al rancho de El Petacal. El jefe del Ejecutivo federal inaugura una subestación eléctrica en el crucero carretero de cuatro caminos, y abre a la circulación la carretera que ligará a la cabecera municipal de Zapotitlán con el resto del estado. Zedillo subraya optimista: “este llano solar, que Rulfo vio en llamas, ahora está verde y con oportunidades”.

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1885 (aproximadamente). Don Carlos Vizcaíno, dueño de la hacienda de Apulco y abuelo de Juan Rulfo (en realidad, apellidado Pérez Vizcaíno), ofrece a Don Manzano catorce carretadas de oro por la hacienda de El Jazmín, pero éste, astutamente, le exige que se haga un crédito “porque quería vivir de los intereses”, por lo cual no se cierra el trato, refiere Trinidad Soto con base en lo que le platicaba su abuelo Pedro, herrero de la hacienda de Apulco. Tanto Don Carlos como Don Lucas, su padre, son asociados a pactos con el demonio. Se supone que tendrían una llaga en el pie (alpizahue) que denotaría que estaban encadenados a los tormentos con el príncipe de las Tinieblas , suplicio que padecerían mientras una réplica de su imagen deambulaba por el mundo con riquezas y poder, al estilo de Dorian Gray. “Un viejo de más de cien años, don Cristóbal Villa, me contaba que al principio don Carlos era pobre, pero trabajaba duro y todo le salía bien, y se encontraba muchos tesoros enterrados por la ayuda del diablo”. De hecho, la conseja explica que don Carlos viajó a Roma a pedir perdón al Papa (¿Pío IX, León XIII?), quien le encomendó hacer un suntuoso templo en Apulco para purgar sus culpas. El bello edificio está inutilizado actualmente como efecto del terremoto del 21 de enero de 2003 que asoló al sur de Jalisco y Colima, y parte de su torre cayó.

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1920. “Era bravo el rico, don Cheno (Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, padre del escritor); entraba a los potreros al amanecer y ya no dejaba entrar a nadie a trabajar, que porque era muy tarde, y claro, les rebajaba el día; luego, cuando las cosechas, repartía nomás de a ocho elotes por familia, y si notaba que se le perdían elotes, mandaba por un sacerdote o vestía de cura a uno de los mozos y le ordenaba: ‘confiesa a todos los peones y al final me dices quién se los robó’ (...) a mí me platicó mi padre que si alguien se robaba una gallina o la escondía, traían a un sacerdote y se agarraba confesando, y salía alguno que le decía: ‘yo me robé las gallinas porque mis hijos tenían hambre’, iban y le avisaban al hacendado, violaban el secreto de confesión; en una ocasión mandó tirar hasta San Gabriel a un señor llamado Don Juan con todo y su familia, porque siempre agarraba de más...” (Jesús Michel Vargas, habitante de San Pedro Toxín).

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Noviembre de 2003. Sobre el auge de la agroindustria, habla un clérigo católico de Llano Grande: “Al norte se va muchísima gente de casi toda la región, están dejándole muchos terrenos a las empresas hortícolas, que van creciendo de manera increíble; pagan los terrenos hasta a mil pesos la hectárea, a algunos hasta los amenazan si no se los venden. Como son las cosas, unos se van al norte buscando y los gringos llegan aquí encontrando, nada más se sacan la vuelta; lo malo es que parece que el gobierno ayuda más a esas empresas que a los propios mexicanos (...) desde sus orígenes, esas empresas han causado muchos estragos, pleitos entre campesinos, infecciones de piel, de la garganta, enfermedades en la sangre (por el uso de agroquímicos), entre otras; lo peor es que ni los doctores de la región quieren comentar esto, tienen mucho poder esas empresas, y al que ven que anda organizando algo lo corren de inmediato. Dan trabajo a la gente, sí, pero muy mal pagado, y esto ha originado otro problema: que muchos dejen de sembrar; es poco el sueldo, pero es más seguro que los malos temporales de esta región (...) ante esta problemática, ahora de la Iglesia ni sus luces, y eso que propicia en mucho al comportamiento de indiferencia que ahora se está dando ante la religión; han aumentado el numero de madres solteras, ha crecido el alcoholismo junto con los espectáculos de bandas, no se enfrenta el problema salvo pequeñas acciones en algunas parroquias en búsqueda de alternativas (...)”.

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De 1870 a 1890. “Don Manzano mandó un día a un mensajero a recoger un dinero a San Isidro, a la entrada de El Petacal, pero le advirtió que si lo invitaban a entrar que no aceptara (...) pero el mozo aceptó la invitación, y encontró adentro a Don Manzano, con el pie amarrado; sorprendido, recogió las monedas y se regresó; en El Jazmín miró asustado a don Chema, ¿pues cómo le haría para regresar tan rápido? Así le fue con el hacendado, que lo reprimió por desobedecer sus órdenes...”. (José María Puerta Ramírez, delegado de El Jazmín).

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1972 (aproximadamente). Severiano Pérez Vizcaíno, hermano de Juan Rulfo, ofrece a José Guadalupe Zuno, hombre fuerte del Sur de Jalisco y pariente político del presidente Luis Echeverría, la mitad del terreno recuperable como pequeña propiedad de la ex hacienda de San Pedro Toxín a cambio de que se le restituya de los ejidatarios, que la tomaron completa en los años 30, con apoyo del general Marcelino García Barragán. “Parece que fue solo una plática, porque Zuno nunca nos perjudicó; antes bien, ayudó mucho al pueblo, metió la mayoría de los servicios que tenemos”, advierten los campesinos de la comunidad.

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2003. “Nos mantenemos de lo poco que nos da Dios, porque él aprieta pero nunca ahorca; hemos estado los últimos años con muchas deudas, pues nunca llueve lo suficiente (...) yo he oído a los que saben que esta tierra no es difícil de trabajar, que lloviendo se da maíz, frijol, calabaza, jamaica. Pero es el agua la que hace todo. Yo platico con mi hijo que anda en los Estados Unidos de lo que es bueno y lo que es malo. Dios hizo gente rica y gente pobres, y a nosotros nos tocó ser pobres; hay que trabajar mientras tengamos dos pies y dos manos, y hay que dar gracias a Dios porque tenemos salud, eso es lo importante” (María Guadalupe Soto, tesorera del ejido La Croix, en San Gabriel).

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1888. Tan diabólico como se quiera, pero don José María Manzano asistió a misa cuando se inauguró la parroquia de San Gabriel, cuyas torres se derrumbaron en 1888 para construir las actuales, explica el cronista Enrique Trujillo. Los datos sobre su muerte son oscuros. “Dicen que murió en El Jazmín (alrededor de 1890) –señala Emilio Murguía-, que se le veló en la iglesia de aquí”. El cadáver fue tendido para la ceremonia fúnebre, pero desapareció, y en su lugar se apareció un gran perro negro malencarado. Más allá de la leyenda, sobreviven algunas obras de infraestructura en diversos rincones de la hacienda, como represas, gruesos muros, un galerón que pudo ser templo, y diversos abrevaderos sobre las faldas del Nevado de Colima. El poblado de Ojo de Agua alberga uno en el fondo de una cañada; del depósito de cantera sale el líquido por la boca de un rostro anónimo en que los habitantes quieren ver las contorsiones petrificadas de un condenado. 1921. Muere Carlos Vizcaíno, propietario de la hacienda de Apulco, en San Gabriel. 1924, asesinato de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo en el camino a la hacienda La Rajadura. Se acaban las generaciones de los amos.

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2003. El milagro de las empacadoras transnacionales: jornales de 60 a 80 pesos y escasa protección laboral. Conatos de huelga que terminan en despidos en el empaque de Desert Glory. “Dijeron que traerían trabajadores de Veracruz que trabajan por menos sueldo, y hasta anduvieron buscando en el pueblo casas para renta, que porque traerían trabajadores de fuera”, comenta el delegado municipal de Paso Real, en Tolimán, Eusebio Chávez de la Cruz. En el ingreso al rancho El Petacal, otra empacadora de hortalizas, a la sombra del cerro, se lee un vibrante pasaje del libro del profeta Isaías: “voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? Trazaré un camino en el desierto, rutas en la llanura. Me glorificarán las bestias salvajes, los chacales y las avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la llanura para dar de beber a mi pueblo, a mi elegido, el pueblo que formé para mí para que proclamara mi alabanza...”.

HECHIZOS DEL TIEMPO
Batallas finales. Un grupo de católicos de Llano Grande promueve actualmente establecer una gran estatua de Cristo Rey en las alturas de El Petacal, como homenaje a los mártires cristeros en que fue pródiga la región, según argumentan los promotores. Secretamente, buscan ganar la guerra de cinco centurias al maligno que allí se asienta. Es un proyecto que cuenta con creciente simpatía entre pobladores y autoridades del sur de Jalisco. Pero tal ofensiva parece dejar impertérrito al supuesto dueño de la montaña, quien observa silencioso y medita en lo que dijo de él Dante: “en edad sólo puede aventajarme lo eterno, mas yo duro eternamente...” (Divina Comedia, canto III).

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El arribo de los hijos de la Reforma

Cuando Jesús Yáñez aceptó cambiar la fe de su bautizo y se integró a la comunidad de los testigos de Jehová hace unos diez años, no imaginó que su decisión aceleraría las huellas de la historia en la siempre católica población de La Croix, municipio de San Gabriel, del marianísimo Llano Grande del sur de Jalisco, y pondría una de las primeras grietas al monopolio de la iglesia de Roma, sostenido por más de 450 años. Hoy, el Llano está en llamas.

Martín Lutero fijó sus 95 tesis críticas sobre las indulgencias papales en el portal de la iglesia de Wittenberg en 1517, y desató la más profunda revolución ética e intelectual en el seno de occidente. Pero los cristianos de Llano Grande, hijos del imperio de los Habsburgo y de la contrarreforma de Trento, apenas tomaron nota.

Antiguo espacio de una piedad sencilla salpicada de fatalismos, surgida del áspero contacto entre colonos españoles y culturas indígenas en un territorio de frontera, las diócesis de Colima, Zapotlán el Grande y Autlán ven ahora con preocupación el asentamiento de comunidades protestantes de distinta talante a lo largo de la demarcación. Los casos más notables son La Croix, sede de los cultos de los Testigos de Jehová “pero que recibe a las gentes de distintos pueblos que se cambiaron de religión”, según Félix Govea Chávez, y San Isidro, poblado enclavado al pie del cerro de El Petacal donde florece un templo bautista.

Era inevitable: las oleadas de migración a los Estados Unidos, que se aceleraron a partir de los años setenta, llevaron a miles de moradores del área a establecer residencias en diversas ciudades del poderoso país del Norte, el más conspicuo heredero de las tradiciones de Lutero, Calvino y Zwinglio, “instrumentos del demonio para dividir a los hijos de Dios”, según se lee en los vetustos manuales de historia sagrada que todavía se guardan empolvados en algunas sacristías ruinosas.

Sin embargo, tales movimientos no generaron adhesiones generalizadas a antiguas o nuevas confesiones (hay un “protestantismo histórico” y otro contemporáneo, de muy diversa talante). Porque con todos sus asegunes, el catolicismo es la religión que más crecimiento registra en Estados Unidos en los últimos decenios, precisamente por los transterrados, que normalmente se aferran a la fe de sus abuelos.

Pero el hecho inquieta. Los “evangélicos”, “aleluyas” o “cristianos” (como si el catolicismo no fuera una religión de Cristo) avanzan como hormigas. Las asambleas de los sábados en La Croix congregan buena cantidad de fieles de aldeas vecinas, algunos en buenos autos, signos de cierto desahogo.

“La verdad es que sólo hay dos familias de La Croix que se cambiaron con los jehovistas, los demás son de fuera; de Tuxcacuesco o de Tonaya”, asegura doña Guadalupe Soto. “Ellos a veces vienen a mi casa y me platican, yo les digo que no tengo tiempo, pero a veces les tomo los libritos que traen y hasta los leo porque me gusta leer; siento que no me van a sorprender, porque yo creo en lo que creo”.

Agrega: “yo tengo una sobrina que se cambió también; es que se le murió un niño y quedó muy dolida, y le digo a mi hermana que ella la dejó, que debió enseñarle y guiarla, pero no, se fue a Estados Unidos y allá la consolaron y se metió con esa gente (...) yo creo que es por la ignorancia, de que no se conoce la religión y por eso la gente cambia”.

No obstante, hay una convivencia civilizada. “Hay respeto, no me gusta tratarlos mal. Si no se meten con uno, uno no se mete con ellos”, repone Félix Govea.

El diagnóstico eclesiástico revela que las confesiones reformadas podrían ser favorecidas por la presencia de las empacadoras transnacionales que se asentaron en Llano Grande a partir de 1994. “La invasión religiosa se ha dado, especialmente en San Isidro, que es donde ya tienen un pequeño templo. Está de pensarse por qué en ese lugar y por qué gringos aparentemente relacionados con los de las empresas de la región”, indica un cura de la zona. Añade que las diócesis de Colima y Zapotlán echaron abajo un trabajo pastoral tanto en San Isidro como en Copala y Alista, que tendía a modificar la injusticia y desigualdad prevalecientes en las relaciones económicas tradicionales, y mandó clérigos tendientes al inmovilismo social, algunos de los cuales incluso se enriquecieron de forma escandalosa. “Es en esas parroquias donde finalmente se han asentado los protestantes gringos”.

Los reformados están muy lejos aún de poner en peligro a la mayoría católica, pero ya tienen una presencia consolidada. El llano en llamas, formado por los municipios de San Gabriel, Tolimán, Tonaya, Tuxcacuesco y Zapotitlán de Vadillo, tiene 34,840 habitantes mayores de cinco años según el censo INEGI de 2000. 34,351 son católicos, esto es, 98.6 por ciento. El restante 1.4 se divide entre diversas iglesias denominadas genéricamente “protestantes”, con estrategias de evangelización dinámicas fundadas en la lectura de la Biblia, la eliminación de los vicios privados y un monoteísmo simple y riguroso. La Reforma llegó para quedarse.

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